Serotonina, Michel Houellebecq

Hay autores que escriben lo que el público quiere leer, y lo adornan con finales felices, dejando de lado temas desagradables como la muerte, la depresión, la soledad, la desesperación. Michel Houellebecq hace todo lo contrario. Con un lenguaje cínico y un desprecio casi clínico de cualquier tabú, el escritor francés provoca al lector, explicándole a dónde llevan determinadas posturas y corrientes de pensamiento, especialmente la llamada revolución del 68.
En esta novela, narrada en primera persona por Florent-Claude, un inteligente funcionario del Ministerio de Agricultura, se describe su proceso consciente de autodestrucción. Florent, en tratamiento por depresiones, describe en la novela el fracaso de sus relaciones amorosas con tres mujeres, así como de su amistad con Aymeric, un noble terrateniente y agricultor idealista que acaba sucumbiendo a las políticas comunitarias.
Sin autocompasión alguna, Florent recuerda las oportunidades que tuvo y que dejó escapar, condenándose y condenando a sus amadas a la soledad. Durante el intento de recuperar la amistad de Aymeric en Normandía es testigo de un desenlace trágico, que no intenta ni se siente en condiciones de evitar. Más adelante se plantea incluso un asesinato para salvar la antigua relación con Camille, pero no se siente capaz de perpetrarlo.
En definitiva, una crítica sangrienta a la sociedad, que acaba con una consideración, cuanto menos, memorable, acerca de la providencia divina. Difícil de encuadrar en el conjunto de la novela, pero lógica si se conoce algo la vida y las ideas del autor. No es un libro que recomendaría a cualquiera. Desde luego, a nadie que reciba medicación antidepresiva.

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