La Prisión, por Marta Canals

Junto con la nota de despedida, el diario de ayer. Intento buscar una explicación a la inesperada huida entre sus páginas y paro en la noticia de Eduardo Tapia.
“Nacido entre 1930 y 1934, nunca lo he sabido”, en la cárcel de Málaga <>. Cincuenta años en prisión por haber robado colonia a una monja y otros delitos menores e incluso inexistentes de los que se autoinculpa para volver a lo que considera “su casa”.
Pero Julio, que yo supiera, no había estado nunca en Málaga, además, ¿qué relación puede tener con un recluso nacido hace más de 100 años? Al día siguiente emprendo viaje hacia el penitenciario de Albolote.
-Alicia, igual que los demás, Julio nació en cautiverio, recuerdo que de pequeño soñaba mucho. A lo mejor en mitad de la noche me despertaba diciendo: “Eduardo, ya me tengo que ir” “¿Pero por qué?” “Porque este es mi sueño de libertad, pero en cuanto despierte regreso”. Y despertaba.
<>
Enseguida terminaron los 30 minutos de visita y tuve que despedirme de Eduardo. De camino hacia el hotel recordé una conversación con Julio, una tarde en casa enfrascados en la tarea de elegir entre las más de 100 posibilidades que ofrece nuestro catering “El pollo prestado”. Mirándome fijamente a los ojos, Julio me dijo:
-Alicia, ¿realmente crees que somos libres de hacer lo que queramos o hay un destino que se cierne sobre nosotros?
En ese momento solté una carcajada pensando en los recursos que siempre utilizaba Julio para asombrarme, y esperando ya las palabras siguientes que todavía suenan en mis oídos: “Pastillas de Mango y Mamey al Hinojo”.

-Eduardo- dije en la segunda visita que realicé al preso más convencido que jamás pueda existir -no creo en la teoría de seres humanos condenados a ser libres, la conciencia sitúa al hombre ante la posibilidad de elegir lo que será; ésta es la condición de la libertad humana.
-Alicia- me interrumpió bruscamente -a Julio le asustaba la posibilidad de elección del hombre, la angustia como la forma que tiene el ser humano de darse cuenta de lo que es, es decir, la forma de darse cuenta de que no es nada. El ser humano huye de la angustia y de este modo trata también de sustraerse de su libertad. Pero le asustaba también la facultad, a pesar de las miserias del mundo, de seguir soñando, seguir luchando.
Hace una semana cuando vino a verme le pregunté:
-Julio, ¿por qué sigues luchando contra ELLOS?
<<¡Esa palabra retumbó en mis oídos expandiéndose hasta la última neurona de mi cerebro como lo hacen las ondas producidas por una piedra en el agua, pero no dije nada, temiendo que cualquier interrupción pudiera acabar con sus declaraciones.>>
“El peligro son las propias mentes de los que intentas salvar, siguen formando parte del sistema y eso les convierte en nuestros enemigos, lucharan para protegerlo”.
-Julio: “El existencialismo se equivoca, realmente soy libre de hacer lo que quiera, no hay un destino que se cierna sobre mí”.
-Eduardo: “¿De verdad crees que luchas por algo además de por un intento desesperado de justificar una existencia sin sentido ni objetivo?”
-Julio: “Lucho porque lo he elegido, y una elección lleva a otra y otra y así…
En la habitación del hotel una nota junto las llaves: <>.

No me costó trabajo encontrarlo, mi conector de Web descargó en décimas de segundo la noticia siguiente:
<>
¿Quién dejó la nota?, ¿Qué es lo que espera que haga?
El cansancio acumulado hizo mella en mí y me invadió un sueño profundo.
<>
Ultimo día con Eduardo, le encontré encerrado en sí mismo, no parecía la misma persona.
-Alicia, ¿alguna vez has tenido un sueño que pareciese muy real?,
¿Cómo saber con seguridad si todo esto es un sueño o estás despierto?
“Como un esclavo que sueña que está gozando de una libertad imaginaria, al empezar a sospechar que su libertad es un sueño, teme el despertar y conspira con esas gratas ilusiones para seguir soñando más tiempo engañado.”

Me dijo que Julio desapareció de la misma manera que de mi casa en
Madrid y empezó a relatar como una letanía:
“Cada uno tiene su destino, y el mío es estar entre rejas”.
“No sé vivir fuera. Prefiero vivir entre los presos y los funcionarios, que al fin y al cabo son mi única familia”.
“Me da asco esta sociedad. Fuera no estoy seguro y cuando me echan es cuando realmente me siento preso”.
Salí de la prisión con la sensación de estar más perdida de cómo llegué hace dos días.
<>
Desperté sobresaltada esperando encontrarme en medio de una gran sala rodeada de hombres perfectos y mujeres neumáticas, por lo que agradecí enormemente la visión del conserje del hotel: un hombrecillo bajo y regordete, calvo y con algún diente de menos, que con una voz grave, sensual y melodiosa (lo único de lo que podía presumir) me dijo que un hombre había entregado un sobre para mí.
En el sobre un folleto publicitario con la visita organizada por los animadores del hotel con salida en media hora hacia las Cuevas de Ardales.
Imposible sacar información alguna sobre el hombre que dejó la nota por lo que me despido del conserje decidida a tomar el aerotour anunciado.
<>

El mito de la caverna… vino a mi mente mi antiguo profesor de filosofía explicando la antigua alegoría: “La situación en la que se encuentran los prisioneros de la caverna representa el estado en el que permanecen los seres humanos ajenos al conocimiento; únicamente aquellos capaces de superar el dolor que supondría liberarse de las cadenas y volver a mover sus entumecidos músculos, podrán contemplar el mundo de las ideas.”
Nada más, ninguna nota ni pista alguna. Recito de memoria sus palabras de despedida: “me marcho de Madrid, de España y de Europa antes de que ELLOS me encuentren”, esperando encontrar, sin éxito, en ellas la inspiración que impida mi decisión de terminar con mi frustrada investigación y vuelvo a Madrid.
En su habitación otra nota: <>
Como el descorrer de las cortinas al inicio de la función, todo se aclara en mi mente, oigo su voz y le llamo saliendo a su encuentro… Neo.