Cena vegetariana, por Ana Canals

¿Quiere usted que le cuente acerca Julio? Bueno, tenemos que remontarnos un poco en el tiempo, hace ya 20 años…
Era una mañana de diario como cualquier otra, pero intuí ya al despertar que ese día iba a resultar diferente a los normales. Pablo todavía se resistía a mi lado a dejar las sábanas, y como siempre, fui yo la primera en encaminarme a pasos vacilantes hasta el baño. Las baldosas del suelo resultaban incluso en las mañanas de principio de primavera, heladas bajo mis plantas, y como cada mañana me pregunté a quien se le había ocurrido poner gres en un chalet al norte de Madrid en vez de un parquet de madera calentito!!
Es curioso pero estas pequeñas tonterías, de por sí insignificantes, pero que se repiten todas las mañanas pueden alcanzar proporciones realmente irritantes al cabo del tiempo. Una empieza a pensar que esa idiotez, agrandada por la machaconería de la ofensa diaria, daña el entero “bienestar” conseguido con gran esfuerzo y dinero en este adosado a las afueras de Madrid. Una reflexión más profunda quizás induciría a pensar que tras la fragilidad de ese estado de bienestar puede haber problemas dignos de la atención de un profesional.
En general mi cerebro no empieza a funcionar hasta que bajo a la cocina y me pongo a hacer el café, en los últimos tiempos la primera actividad cerebral es pensar que “preocupación” me dejé la noche anterior en suspenso. Más que preocupación en los últimos tiempos es el tener algo rondándome el pensamiento de carácter amenazador, como si el alcanzar cierta felicidad, no voy a ser tan optimista, dejémoslo en paz, fuera a coste de ahuyentar todos los fantasmas peligrosos. Quizás sea eso la auténtica madurez, el perder un genuino estado de felicidad constante. A los 20 años el no ser feliz es debido a circunstancias que impiden esa felicidad, a los 50 se necesitan esas circunstancias para alcanzar una felicidad puntual e inesperada. A veces intento adivinar cuando ocurrió el cambio, quizás en mi caso haya tenido la suerte de que sea gradual sin grandes desgracias que lo marquen o aceleren. Pero todavía hay momentos en que viendo a nuestros hijos me acuerdo de esa felicidad constante y explosiva, y desde luego todos esos momentos datan, por lo menos, de fechas anteriores a mi 30 cumpleaños.

Perdón, creo que me he ido un poco del asunto que nos ocupa,
¿dónde estaba?… veamos dejemos el café y vayamos al grano, preguntaba usted por Julio, ¿no?
Bueno nos estábamos tomando el desayuno cuando Pablo me lo mencionó por primera vez:
-Esta noche me gustaría que viniera a cenar un amigo, quiero que le conozcas.
Me quedé un poco sorprendida, no solíamos tener invitados entre semana, y tampoco solíamos invitar a mucha gente fuera del círculo de familia, conocidos y amigos añejos.
-¿Esta noche?
-Si…. Va a estar poco por aquí
-Pero que es… ¿amigo del trabajo?
-En cierta forma
Mi marido nunca ha sido muy hablador. Cuando nos conocimos y durante los primeros años de matrimonio esa fue una de las características de su personalidad que más me atraían, o mejor que me hicieron interesarme. Creo que el truco está en que este tipo de personas dan la impresión de esconder una profunda vida interior y estar siempre en posesión de la verdad, por supuesto si hablas y dices lo que piensas tienes grandes posibilidades de equivocarte o de que tu audiencia piense que eres un cretino y que te falta razón. Lo curioso de mi marido es que después de más de veinte años de matrimonio todavía no se si es un genio callado o un cretino “medio” con poca opinión. Esto no quita por supuesto que le tenga un profundo cariño, sin embargo he de reconocer que la profunda admiración ciega de los primeros años hace tiempo que ha desaparecido.
-¿Qué quieres que prepare?
-Cualquier cosa esta bien no es ninguna cena de compromiso.
-Bueno, pasaré por la tienda a la salida del trabajo… me quedé pensando en un posible menú, quizás una pasta y ensalada.
-Ah, se me olvidaba, Julio es vegetariano.

Y los siguientes minutos bebiendo el café consistieron en una divagación de mi mente respecto a que tipo de ingredientes se le pueden o no poner a la ensalada y a la pasta para un vegetariano.
-¿Desde cuándo lo conoces?, nunca te había oído hablar de él.- Lo cual dado el grado de comunicación de mi marido tampoco quería decir nada.
-Recientemente…- Pablo se quedó pensativo mirando el pan con mantequilla que tenía camino de la boca como si flotando encima de la tostada estuviera toda la información acerca de Julio y él estuviera intentando leerla para contármela- Ha sido toda una sorpresa conocerle, en realidad creo que ha cambiado toda mi forma anterior de concebir la base molecular de la mutación génica.
He de mencionar aquí que además de ser callado, cuando mi marido habla suele acabar perdido en el lenguaje científico de su trabajo. Pablo es un biólogo molecular que trabaja en investigación en la Universidad.
-¿Es investigador también?
-No, es… digamos un viajero… ya te contaré, debo irme al laboratorio.
Dejé entonces mi curiosidad acerca de Julio relegada para más tarde y me preparé para irme a mi trabajo de directora de sucursal de un Banco. Antes de salir me aseguré de que nuestros hijos, Clara y David estaban por lo menos preparándose para irse a la universidad y al colegio. Me despedí de ellos de camino a la puerta dando numerosas instrucciones que desayunar, recoger desayuno, cerrar con llave la puerta y unas cuantas más sabiendo de antemano que no me prestaban absolutamente ninguna atención y por supuesto que no iban a hacer nada de lo que les dijera. Únicamente nuestro gato, Fito, mirándome con esos ojos dorados y sentado cerca de la puerta de salida parecía estar prestándome atención de esa forma tan aparentemente inteligente (como la de Pablo cuando te mira sin abrir la boca) que tienen ellos de mirarte.
Ya en el trabajo me volvió a dar vueltas a la cabeza el comentario de Pablo, qué tendría que ver la evolución molecular o genética, o lo que fuera con este Julio… Mientras estaba escribiendo un informe absurdo

sobre no sé qué tontería me dediqué a planear la cena… vegetariana. Por otro lado y como me pasa siempre pensaba en los chicos.. los estudios de David… los novios de Clara…, y otra vez la cena vegetariana. Es un milagro que con todo ese divagar que mentalmente siempre estoy haciendo tenga cierto prestigio a nivel profesional. No sé por qué pero nunca me he tomado en serio esto de trabajar, y el caso es que no lo hago mal, pero he de reconocer que para mí es un milagro eso de pasarte ocho o nueve horas haciendo algo que, en general, no resulta útil para nadie o vale para nada y que te paguen por ello. A veces pienso que si fuera agricultor y plantara tomates para venderlos, o criara vacas para producir leche o algo por el estilo me sentiría más útil. Pero la mayoría de los trabajos de esta sociedad desarrollada, realmente ¿para qué sirven?. Yo le doy dinero a la gente (poco), después de que ellos me hayan dado el suyo (más), para que compren una casa que les va a costar pagar hasta más allá de la edad de la jubilación, para que otra gente puedan construir casas y hacerse ricos para vendérselas a más gente que acaben en el banco pidiendo préstamos… ¿Para qué sirve todo esto? Creo que una sociedad más primitiva de vacas y tomates sería más gratificante.
A la salida del trabajo me dediqué a comprar lo necesario para la cena vegetariana y me encaminé a casa. Al abrir la puerta dije como siempre ¡hola! para ver si alguien me respondía pero la única en la casa era Clara, y dado que suele tener la oreja pegada continuamente a un teléfono no suelo recibir contestación, pero siempre puedo contar con Fito para recibirme justo al abrir la puerta. Aunque sé que solo está allí porque sabe que le pongo comida es reconfortante saber que alguien se alegra de verme al llegar a casa. Cuando dejaba en la mesa de la cocina la compra empecé a ojear la correspondencia, básicamente recibos y facturas. Me puse a abrir una de ellas, la de El Corte Inglés y para mi sorpresa no era una factura. El Corte Inglés me felicitaba mi cumpleaños. Lo hacía todos los años, pero esa era la primera vez que El Corte Inglés me felicitaba el cumpleaños y nadie más lo había hecho a lo largo del día, es más, ni siquiera me había acordado de mi cumpleaños. Me encontré de pronto tremendamente deprimida, es más dado que mi estado habitual no era estar como unas castañuelas últimamente, me encontré hundida… ¡El Corte Inglés!, únicamente ese apestoso comercio se acordaba de mi cumpleaños. Me senté en la silla de la

cocina, realmente sin pensar en nada, mirando la puerta de la nevera justo en frente.
Entró Clara,
-hola mamá!, ¿qué tal tu día?
Generalmente nunca esperaba la respuesta así que no se sorprendió al no recibirla.
-Este viernes tengo una fiesta, necesito comprarme algo, desde luego porque con el cambio de tiempo no ….
No la escuchaba, la oía hablar pero he de reconocer que todavía me encontraba pensando en mi felicitación de cumpleaños. Sonó el teléfono, era Pablo.
-Hola, se me había olvidado preguntarte a qué hora quieres que vaya con Julio.
La cena, ¡cierto!, se me había olvidado.
-No sé, a las nueve quizás, ¿te parece?
-Si, está bien. Por cierto, ¿quieres que lleve algo?
En ese momento pensé que estaría bien traerme una copa de cava con zumo de naranja para despertarme por la mañana con mi felicitación de cumpleaños, un regalo con mi felicitación, una fiesta sorpresa con mi felicitación, un viaje al caribe con mi felicitación… cualquier cosa con felicitación, pero únicamente dije,
-Tráete algo de vino, creo que no queda.
-Por cierto, no te lo he dicho pero Julio quizás te parezca un poco rarillo…
-¿Como que rarillo?- no se me ocurría a que podría referirse, el
propio Pablo es bastante rarillo por lo que era preocupante imaginar el grado de “rareza” que podría tener el tal Julio.
-Quizás más que rarillo debería decir fuera de lo común, diferente.
-Ya…- no se me ocurría que más añadir, ya estaba bastante desconcertada- bueno de cualquier forma tráete algo de vino y al “fuera de lo común” Julio.

Me puse a la rutina diaria, teníamos un invitado así que recogí un poco la casa, la ropa a lavar, repasé los baños, limpié la caja de Fito. Entre medias llegó David,
-¡Hola Mamá!, ¿Qué tal?, tengo que irme a… (últimamente siempre estaba de paso), pero volveré para la cena.
Eso me puso en guardia de que ya era hora de empezar la famosa cena vegetariana. Para darme algo de fuerzas pensé en abrirme una cerveza para descansar de la larga lista de cosas que hacer de la que suele estar repleto el día. Es curioso pero parece que los días se llenan de cosas que hacer que no apetecen, trabajo en casa, trabajo en el trabajo, médicos, dentistas… y queda poco tiempo para las cosas que realmente a una le gustaría hacer, así que hay que llenar el día de pequeñas recompensas entre medias. Cuando fumaba era un pitillito de vez en cuando, ahora puede ser un té, una cervecita, un vaso de vino… Me acordé en ese momento de un comentario de mi madre cuando tenía ya más años que yo… “bueno ya hemos echado el día”, ahora lo interpreto como la gran hazaña de finalizar el día y sus múltiples labores.
Me puse manos a la obra con la cena cuando me di cuenta que mi pasta vegetariana tendría que ser sin pasta dado que no me quedaba nada en la despensa, así que agarré el bolso y salí a la calle hacia la tienda del barrio a buscar la pasta. Me fui andando dándole vueltas en la mente a ese día de cumpleaños tan anodino, tan triste, realmente no estaba en el mejor de los momentos en estos últimos meses. Andaba a paso lento metida en mis pensamientos cuando de repente empecé a disfrutar de lo que me rodeaba ese día de primavera, del sol, de la calidez de la tarde, de los árboles de la urbanización florecidos, almendros, prunos y cerezos. Pasé por el pequeño parque infantil donde se veían a los pequeños disfrutando de sus juegos y a sus padres disfrutando de sus pequeños, se oían sus risas.
Cambió mi lúgubre humor de todo ese día, el aire olía a primavera y a flores y fue como si entraba ese aire perfumado a mi alma, y por fin me dejara respirar.

Cuando entré en casa con la pasta en la mano la casa me pareció el mejor de los hogares. Clara está en la cocina recogiendo las bolsas de basura para sacarlas,
-Mamá voy a sacar esto fuera, parece que estás muy liada esta tarde.
-gracias cielo- mi corazón se expandía un poco más.
-si quieres luego te ayudo con la mesa
Definitivamente el día había cambiado de rumbo, hasta Fito que estaba tumbado encima de la repisa de la cocina disfrutando también del sol de la tarde parecía mirarme con cariño.
Una hora más tarde la cena estaba casi preparada. David entró por la puerta con la mano a la espalda, escondiendo algo.
-Hola mamá, ya estoy de vuelta. Clara!!!!!- gritó a su hermana. Clara se acercó a la cocina con cara de complicidad.
-!FELICIDADES!
Y con la felicitación me dieron un hermoso ramo de flores que David acababa de comprar. ¡Bueno!, esto no lo había hecho El Corte Inglés. Me fui a colocarlo a la cocina y a terminar de arreglarme para el famoso Julio y la cena. Entré en el baño y me encontré encima de la repisa una cajita que no había visto antes. Era de una joyería, era un precioso colgante para el cuello, y venía con un postit pegado (típico de Pablo) en el que con su letra pequeñita y ordenada me decía: “por toda la felicidad que me entregas cada año que pasas conmigo”.
Oí entonces la puerta del salón cerrarse, Pablo y Julio debían estar entrando, así que me encaminé al salón para recibir al invitado. Solo estaba Pablo.
-¡Hola cielo!, ¿dónde está Julio?
-Al final me temo que no ha podido venir, ya te dije que era un poco rarillo…
-Bueno, de cualquier forma así tenemos una cena especial para celebrar mi cumpleaños.

Estábamos ya sentados los cuatro en la mesa, y Fito debajo de ella (siempre se quedaba allí para comerse lo que aterrizara en el suelo), hablando animadamente de lo que fuera. Yo estaba escuchando y disfrutando del momento. Realmente ¿qué es lo que nos da la felicidad? Quizás en gran parte son las pequeñas cosas, un paseo, unas flores, la ilusión de preparar una cena. Pero lo más importante es valorar la grandeza de lo que se posee, tu gente, tu familia, tus amigos, todos los que nos quieren.
¿Entonces que cuando conocí a Julio? Bueno, le acabo de contar todo lo que se de Julio Suárez. Si quiere saber algo más realmente tendría usted que haber hablado con mi marido él sí que le podría contar algo sobre él.