Mundo helado, por Carlos Nebrera

“Despierta Julio, ya estamos cerca”.
Parece la voz de Robert. He debido quedarme dormido por el cansancio y el vaivén del helicóptero. Abro los ojos lentamente y veo enfrente de mí a Mateo y Mike desperezándose. Mateo y Mike son los científicos de la misión, ambos se unieron al Servicio de Inteligencia Canadiense (CIS) hace unos 5 años. Mateo es italiano, químico experto en procesos atmosféricos. Debe rondar los 30, ojos hundidos, pelo largo castaño y un bigote descuidado que le da un aspecto un tanto cómico. Mike es canadiense y por lo que me ha contado es una especie de biólogo. Rubio de pelo corto, la cara muy cuadrada y ojos verdes. Bastante fornido para un científico de laboratorio. No entiendo qué interés tiene el CIS en enviar un biólogo a la expedición, intentaré investigarlo cuando tenga oportunidad.
“Espero que hayas descansado porque tenemos una aproximación difícil, el satélite informa de una fuerte ventisca a unos 10 kilómetros”, me dice Robert.
Robert es parte del cuerpo militar del CIS. No tiene mucho sentido del humor pero ya me ha salvado el cuello en un par de ocasiones. Por lo que acaba de decir probablemente tengamos que saltar del helicóptero. Nunca me ha gustado saltar y mucho menos desde que cambiaron los paracaídas por lanzadores de burbujas de impacto. El sistema es mucho más seguro, pero cuesta acostumbrarse a la desaceleración que se produce al ser frenado por una extraña burbuja gelatinosa.
“Chicos, saltamos en 5 minutos, preparaos y encended los localizadores”.
Es John, el jefe de la misión. Un tipo extraño, lleva toda la vida en el CIS pero no he conseguido que nadie me cuente ni una sola palabra de su pasado. Su cara está llena de cicatrices de metralla y junto a su severa mirada le dan un aspecto bastante autoritario. Consulto mi reloj. Las seis y veinte hora francesa, pronto amanecerá. Vamos con retraso, seremos mucho más vulnerables con la luz del día. Me enfundo en mi traje térmico y enciendo la pila de hidrógeno. En seguida noto como el traje comienza a calentarse hasta alcanzar una temperatura agradable. Enfundo mi pistola de pulso electromagnético

y preparo el lanzador de burbujas. Parece que el resto del equipo también está preparado. Espero que esto merezca la pena.
“¡Sujetaos!”, grita John desde el asiento del copiloto.
Inmediatamente el helicóptero da una fuerte sacudida. Me sujeto como puedo a uno de los arneses del helicóptero. Parece que el tiempo es aún peor de lo que pensábamos. El helicóptero se tambalea de un lado a otro mientras luchamos por mantenernos sujetos.
“¡Es mejor que saltemos ya, no creo que este cacharro pueda aguantar mucho más! ¡No os mováis de vuestra posición, yo pasaré a buscaros! ¡Buena suerte!”. Grita John, aunque apenas parece un susurro entre los crujidos de la estructura del helicóptero y el ruido de los motores.
Robert se levanta y abre la puerta lateral del helicóptero. El golpe de aire me empuja hacia atrás y la temperatura a unos 40 grados bajo cero termina de despertarme. Me apresuro a colocarme la máscara térmica. Resulta difícil ver con la nieve golpeando contra los cristales de la máscara, así que opto por sujetar la barra de salto y guiarme a tientas con la otra mano. Parece que Mike y Mateo ya están saltando. “¡Vamos Julio salta ya!”, grita Robert a mi izquierda.
Cojo un poco de impulso y salto al vacío. En seguida noto mi estomago comprimido por la aceleración. Pero pasa enseguida en cuanto me pongo en posición horizontal y el rozamiento del aire estabiliza mi velocidad. Consulto el holomapa del brazo en busca de una posición despejada donde caer y me inclino ligeramente para desplazarme. 600 metros, más vale que me apresure. Saco el lanzador de burbujas y apunto al suelo, el procesador interno calcula mi velocidad y dirección y me indica en la mirilla donde debo disparar. 100 metros, el indicador de la pantalla se torna rojo y disparo. La desaceleración es tremenda cuando impacto contra la burbuja y por fin me detengo.
Estoy bastante mareado. Activo el pulso eléctrico del traje y la burbuja se deshace, haciéndome caer en la nieve. Dejo escapar un suspiro de alivio, por fin en tierra firme. Descuelgo las raquetas de nieve de mi espalda y me las pongo con dificultad mientras intento no hundirme en la nieve. John ya debe estar abajo.

“John, aquí Julio, estoy bien y a la espera. Cambio”, digo por el comunicador.
“Aquí John, busca a Mike, parece que se ha hecho daño en el brazo. Pasaremos a recogeros en seguida. Corto y cierro.”
Según el holomapa Mike está a un kilómetro al Sur de mi posición. Es difícil mantenerse en pie con este viento. Va a ser duro llegar hasta la ciudad en el tiempo previsto. Realmente creo que habría sido mejor traer algún vehículo, pero la dirección se empeñó en que quería el máximo sigilo. Como si alguien fuera a detectarnos con esta ventisca. Mientras camino recuerdo cómo empezó todo esto, hace ya muchos años cuando aún vivía tranquilamente en Madrid.
Me gustaba mi doble vida. Es una de las mejores cosas que tiene la Red, puedes llegar a ser un personaje importante aun estando en el anonimato. Desde muy pequeño ya me interesaron los ordenadores. Estaba muy por encima del nivel de mis compañeros, pero nunca lo demostré. No quería terminar en uno de esos aburridos colegios de intelectuales. Mi salida fue la Red, allí podía ser yo mismo sin que me tacharan de bicho raro. Me convertí en un personaje mediático en algunos mundos virtuales y todo un experto en seguridad informática. Tenía 12 años, y todo eso era un juego para mí. Hasta que el CIS me contrató, o mejor dicho contrató a mi alter-ego virtual, para romper sistemas de seguridad. Un reto divertido, pensé, nunca imaginé qué peligroso podía ser el juego en el que me estaba metiendo.
El zumbido del sensor de proximidad me aleja de mis recuerdos y me devuelve al mundo real. Mike está a menos de 50 metros.
“¡Mike, soy Julio! ¿Te encuentras bien?, grito por encima del rugido del viento.
Sería mucho más fácil si pudiéramos utilizar los comunicadores libremente, pero es mejor dejarlos para cuando sea imprescindible. Podría haber alguien escuchando la señal de radio.
Ya veo a Mike, se acerca apresuradamente por mi izquierda con el ceño fruncido por el dolor.

“Estoy bien, debí calcular mal el disparo de la burbuja de impacto y me golpeé el brazo al caer. Es solo una contusión, se pasará enseguida”.
Parece que el viento está amainando, quizá vayamos a tener un poco de suerte después de todo. El cielo aún sigue encapotado pero comienza a verse un poco de claridad por el horizonte.
“Nunca había estado en Europa tras el comienzo de la glaciación, es aún peor de lo que imaginaba. ¿Cuánta nieve crees que habrá debajo de nuestros pies?”, me pregunta Mike.
“Hasta el suelo calculo que unos 25 metros, aunque la mayor parte ya se habrá convertido en hielo por la presión y el frío. Diez años de glaciación dan tiempo para mucho”.
Diez años hace ya que se detuvo la corriente del golfo, diez años desde que la meteorología del planeta se volvió loca. Qué ilusos aquellos que pensaron que el cambio climático sería progresivo, que a ellos no les afectaría. El aumento de las temperaturas derritió Groenlandia, pero el agua se mantuvo en tierra gracias a enormes paredes de hielo. Groenlandia se transformó en un enorme lago. Cuando finalmente las paredes cedieron todo el agua dulce se vertió en el atlántico, justo donde el agua caliente de la corriente del golfo se enfría, hundiéndose antes de volver y comenzar el ciclo. El cambio de densidad, que provocó el vertido de agua dulce, detuvo la corriente del golfo. En solo 5 años la temperatura media europea bajó a los 40 grados bajo cero. Millones de personas murieron, el éxodo de refugiados fue el mayor que el mundo había experimentado jamás.
“Oye Mike, siento curiosidad. ¿Qué hace un biólogo como tú en una misión de rescate?”
“Bueno, el CIS quiere datos de primera mano sobre los cambios en el ecosistema. Por lo que sabemos algunas especies del ártico se están asentando aquí y tenemos datos de especies autóctonas que se han adaptado a este desierto de hielo.”
Puede ser que diga la verdad, aunque mi instinto me dice que no es así. El CIS tiene suficientes biólogos distribuidos por Europa para

necesitar información de primera mano sobre estos temas. Los de inteligencia no han puesto mucho interés en inventar una buena historia. Es mejor que no indague más por el momento, será más fácil que tenga un descuido si no sabe que sospecho de él.
“Por cierto Julio, ¿No eres tú el chico prodigio del CIS? Dicen que con solo 14 años pirateaste la base de datos del Servicio de Inteligencia Británico. También dicen que fuiste tú quien descubrió que habían manipulado los sensores del atlántico y los datos científicos para ocultar el problema de la Corriente del Golfo. Es una pena que te descubrieran antes de que pudieras recoger alguna prueba”.
Parece que Mike ha hecho sus deberes y además sabe cómo meter el dedo en la llaga. Recuerdo ese día como si fuera ayer aunque ya han pasado 10 años desde entonces. El clima estaba empezando a cambiar muy deprisa y los datos que recogíamos no cuadraban con la información que nos daban los sensores de las boyas meteorológicas. El CIS sospechaba que algún país europeo estaba manipulando las lecturas y silenciando a los investigadores.
Después de dos años trabajando con ellos, el CIS seguía sin conocer mi verdadera identidad, aunque les importaba poco mientras hiciera mi trabajo. Tras varios días encerrado en mi habitación conseguí infiltrarme en un banco de datos secretos del Servicio de Inteligencia Británico. Cuál fue mi sorpresa cuando comencé a ver informes que hablaban de una posible parada de la Corriente del Golfo en un plazo de dos años. Los informes hablaban de una nueva glaciación en Europa, de sabotajes a los puestos meteorológicos, de sobornos y asesinatos a científicos. Fui descuidado, absorto en la lectura de documentos no me di cuenta que me estaban localizando. Solo pude salvar un par de documentos antes de cortar la conexión por satélite. Estaba sudando, seguramente ya sabrían dónde estoy. Puede que no el punto exacto pero no tardarían en averiguarlo. Pero era lo que acababa de descubrir lo que realmente me aterraba. El mundo tal y como lo conocía iba a dejar de existir. Todos intuíamos que el clima nos traería cambios importantes, pero ¿una glaciación aquí en Europa? Eso era más de lo que nunca había imaginado.
“¿Qué te pasa Julio? Te has quedado muy callado. Espero no haber dicho nada que te molestara. Sabes que nadie te echa la culpa de no haber conseguido las pruebas. Al fin y al cabo eras solo un niño”.

Nadie, excepto yo. Si tan solo hubiera estado un poco más atento, como habrían cambiado las cosas. Yo no era ya un niño a los 14 años, empieza a molestarme que la gente se compadezca de mí porque era joven. Ya entonces tenía más capacidad de raciocinio que la mitad de los cabeza de chorlito del CIS.
Tras mi descubrimiento no tuve más remedio que llamar al CIS por la línea segura y contarles lo ocurrido. Mis padres no se lo creyeron hasta que vieron como los agentes nos arrastraban al día siguiente a un enorme coche negro para sacarnos del país. Aún puedo notar en ellos esa mezcolanza entre admiración y rabia por arrastrarles conmigo tan lejos de su hogar. Tan sorprendidos como mis padres quedaron los jefes de la división al conocerme, nadie esperaba que tuviera 14 años.
Cuando finalmente aterrizamos en Toronto y me llevaron ante el jefe de la división traté de convencerle de que teníamos que avisar a los gobiernos europeos. Sin embargo los documentos que había salvado no eran suficientes para llegar a nada concluyente. Aunque en parte creían lo que les decía, necesitaba pruebas para actuar. Por desgracia para cuando conseguimos algo sólido ya era demasiado tarde.
“Las excusas no cambian el resultado de nuestras acciones. Hay que aprender a admitir nuestros propios errores”, le contesté a Mike.
“Vamos, no seas tan duro contigo mismo. Además si nuestros datos son correctos puede que aun podamos revertir el fenómeno.”
“¿Crees de verdad que ese tipo de la base de París ha encontrado una solución para controlar los niveles de dióxido de carbono?”. Le pregunto a Mike.
“Quien sabe, no es el primero que afirma haberlo hecho. De todas formas existe la posibilidad de que esta vez sea cierto. Los datos de los experimentos que envió parecen confirmar su teoría. Nos podríamos haber ahorrado este viaje si además hubiera enviado él los datos del proceso”.
“Lo habría hecho si no hubiéramos perdido la conexión”.

“¡Mike! ¡Julio! ¡Dejad de cotorrear, tenemos trabajo y una larga caminata por delante!”.
John, tan simpático como siempre. Parece que estamos todos, supongo que la parte difícil empieza ahora.
“Vamos muy retrasados, tendremos que caminar deprisa. No os separéis, si alguno ve algo sospechoso que avise inmediatamente. No quiero sustos en esta misión, tened los pulsos a mano. ¡Adelante!”.
Comienza la caminata. El ritmo que lleva John es terrible, parece mentira que haya dormido apenas un par de horas en toda la noche. La ventisca ha amainado y junto con la claridad del sol sobre el manto nublado nos da una visibilidad de algo más de 100 metros. No es mucho, pero nos permite andar deprisa.
Sólo he vuelto a Europa un par de veces desde que me trasladé a Canadá. Tras mi llegada estuve trabajando en el departamento de seguridad informática. Al principio era divertido, tenían los mejores ordenadores cuánticos que había visto jamás y pensaba que podría recuperar esas pruebas que había perdido. Me equivoqué.
El mundo dio un vuelco en pocos años, toda la situación política cambió. No sólo por la glaciación de Europa. La Corriente del Golfo no fue la única que sufrió los efectos del cambio. Casi todas las corrientes de los océanos, cambiaron de forma enloquecida. Resultaba imposible prever el tiempo y los desastres naturales se sucedieron uno tras otro. Japón quedó totalmente arrasada por los tifones, Europa congelada, el calor en África era insoportable. Algunos países como Canadá tuvieron suerte, el deshielo sacó a la luz importantes yacimientos de gas y otras materias primas, así como nuevas tierras donde cultivar o criar ganado. En unos pocos años Canadá se había convertido en la primera potencia mundial. Lo que no era muy difícil viendo como había quedado el resto.
Algunos científicos decían que los niveles de CO2 se irían normalizando. Sin embargo no contaban con las masas de restos orgánicos en descomposición bajo el hielo ruso. Además había que sumar la glaciación europea, el calentamiento de África y la pérdida de casi la totalidad del Amazonas. La vegetación se había reducido a cerca del 20 por ciento de lo que era en el 2008. Con el mar tampoco

podíamos contar, ya había absorbido tanto CO2 que comenzaba a sulfatarse.
Es cierto que ya no producíamos apenas gases contaminantes. Casi todo funcionaba mediante pilas de hidrógeno y la energía la obteníamos con centrales de fusión. Pero sin nada que absorbiera el C02 existente era imposible prever el rumbo que tomarían las cosas. La voz de Robert me despertó de mis reflexiones.
“¿Creéis que nos estarán esperando cuando lleguemos?”.
“Es posible. Se han formado incontables grupos de fanáticos que creen que la humanidad debe ser destruida y sabotean cualquier intento de revertir el problema”, contesta Mateo.
“También han podido ser los argentinos, su situación es muy buena actualmente. No les interesa que el clima vuelva a cambiar”, dice Robert.
“Vamos, aunque fuera así, creo que son lo bastante listos como para pensar que su situación de bienestar es sólo temporal. El clima puede volver a cambiar en cualquier momento”, contesta Mateo.
“No te olvides de que para la mayoría de los políticos el futuro sólo comprende los próximos 4 años”, le contesto con ironía.
“No deis nada por hecho hasta que no tengamos más datos. Siempre cabe la posibilidad de que sólo hayan tenido una avería técnica”, dice John.
“No creo, tienen muchos sistemas auxiliares en caso de que el satélite falle. Además han tenido ventiscas mucho peores que esta y nunca habían reportado ningún problema”, le contesto yo.
“Estamos a menos de un kilómetro de la ciudad, a partir de aquí no habléis a menos que sea necesario. Pronto descubriremos qué ha pasado. Estad alerta”, dice John.
Hace más de una hora que comenzamos la caminata. Caminar por la nieve no resulta fácil cuando no estás acostumbrado. Aunque mi forma física es muy buena comienzo a notar el esfuerzo en las

piernas. Parece que el día va a despejarse después de todo. La tormenta ha cesado y destellan algunos rayos de luz entre las nubes. Activo el filtro solar de la máscara para no deslumbrarme con el reflejo del sol en la nieve. A lo lejos comienzan a verse los tejados de algunas casas y edificios.
Tengo entendido que sobreviven más de 6000 personas en París. Consiguen la energía por medio de paneles solares y cultivan insectos en las azoteas de los edificios como alimento. Los envíos de suministros cesaron hace unos años y todas las vías de comunicación están cortadas. Parece un milagro que consigan sobrevivir. Sobre todo cuando la temperatura en invierno llega a alcanzar los 65 grados bajo cero. Gracias a las conexiones por satélite tenemos localizadas a unas 1000 personas, el resto son solo estimaciones.
Mateo me señala algo con la mano, parece que es la Torre Eiffel. Tiene tanto hielo pegado a su estructura que cuesta trabajo distinguir lo que fue originariamente. Estamos llegando al núcleo urbano. Al igual que la Torre los edificios están casi por entero cubiertos de hielo y nieve. Es una estampa muy bonita, siempre que puedas olvidarte que ahí vivía gente.
Consulto el holomapa. Parece que ya estamos cerca, nuestra base de investigación se encuentra en la planta 36 de la Torre Generali en el centro de Paris. John nos indica que nos separemos, así será más difícil caer en una emboscada.
Finalmente alcanzamos el edificio. Debe haber más de 1 metro de hielo en las paredes. Según nuestros datos tiene que haber una escalera en alguna parte con un sistema de calefacción.
“Julio, busca ese maldito botón”, me dice Robert, con clara expresión de disgusto.
Parece que la caminata no le ha sentado demasiado bien. Doy un par de comandos de voz en el holomapa y localizo la posición de los controles de la escalera. Tal y como imaginaba la ventisca los ha escondido detrás de una densa capa de hielo. Sin embargo se ve claramente una zona hundida detrás de la cual están los controles. Hace unas 10 horas que perdimos la conexión con la base y no creo que ningún científico haya entrado en mitad de la tormenta.

“Parece que alguien ha usado el control durante la ventisca. O alguno de los científicos estaba dando un paseo, o han tenido una visita inesperada”.
“Bien, nuestros peores temores se confirman. Tened los pulsos preparados. Robert, saca la lanza térmica y activa el control”, ordena John.
La lanza térmica es una lanza fina extensible que una vez conectada a la pila de hidrógeno del traje, puede llegar a calentarse a más de
3000 grados. No fue pensada originalmente para derretir el hielo, pero es extremadamente efectiva para esta tarea.
Robert acerca la lanza a la hendidura e inmediatamente se abre un hueco en el hielo. Meto la mano por el hueco y activo el interruptor de la escalera.
“¡Será mejor que os apartéis!, les grito.
A los pocos segundos uno de los salientes de hielo en el lateral del edificio comienza a desprenderse. Cerca de 10 toneladas de hielo caen estrepitosamente al suelo.
“Si no sabían que estábamos aquí ahora seguramente lo sepan”, exclama Mateo.
Donde estaba el hielo se puede ver una escalera de acero que termina en una puerta unos cuatro pisos más arriba. Parece que decidieron situar la puerta más arriba en previsión de una subida en el nivel de hielo y nieve en los próximos años. Esta vez John dirige al grupo y se encarama por la escalera.
“La puerta ha sido forzada. Probablemente usaron un rifle de impulso para reventar la cerradura. Una vez dentro yo y Julio iremos delante. Robert ira con Mateo en la retaguardia y Mike cubrirá el centro”.
La temperatura en el interior del edificio es algo más alta. Parece que el denso hielo de las paredes hace de aislante térmico. Como tantos otros rascacielos, este era un enorme complejo de oficinas. Aunque ya apenas queda material en las habitaciones. Los saqueadores

debieron vaciarlo cuando Europa entró en el caos al conocerse por fin públicamente el problema.
A medida que nos alejamos de la puerta nos vemos obligados a activar el sistema de visión nocturna. El tono verde le da una ambientación siniestra al interior del edificio. John levanta la mano para que nos detengamos. Hemos llegado a una de las escaleras principales del edificio. Pese a los crampones que llevamos en las botas el hielo de la escalera dificulta mucho la subida y llegamos a la planta de la base jadeando.
A unos 10 metros está la puerta que da acceso al centro de investigación. El sello del CIS puede verse grabado en rojo tras el hielo de la puerta. Donde debería estar la cerradura hay un agujero de unos 15 centímetros. El corte es perfecto, debe haber sido hecho con un arma de pulso muy precisa. Más incluso que las que llevamos nosotros. Este hecho me preocupa, los que están detrás de esto son gente poderosa. No creo que se trate de fanáticos.
John se apresura delante abriendo la puerta de un puntapié. Me quedo ciego por un momento, las luces debían estar encendidas dentro. Tardo unos segundos en recuperar la vista tras apagar la visión nocturna.
Lo que vemos no es muy alentador. Hay agujeros de pulso por todas partes. Parece que los científicos se defendieron con uñas y dientes. Hay varios cadáveres a la entrada. No parece que haya supervivientes. Hemos encontrado el cadáver de uno de los agresores. Lleva un escudo reflector y una máscara, pero ninguna insignia ni detalle identificativo.
La mayoría de los terminales están destruidos. Sin embargo la habitación de servidores cuánticos está en una caja blindada. Espero que no hayan tenido tiempo de acceder a ella.
“Julio, busca un terminal que se les haya olvidado machacar e intenta acceder a la base de datos a ver si puedes averiguar algo. Mientras intentaremos establecer comunicación con la base. Robert, vigila la entrada, quizás sepan que estamos aquí”.

No necesito ningún terminal para hacer mi trabajo. Abro la maleta y saco mi portátil. Mi portátil es un prototipo experimental, con un sistema nuevo de procesamiento cuántico. Normalmente se requieren varios días para romper el cifrado de conexión de un terminal a la base de datos. A mí me llevará solo unos minutos.
“Han volado el laboratorio con una granada de compresión. Parece que no han dejado nada al azar. ¡Maldita sea!”, exclama Mateo mientras da una patada a una silla cercana.
Por fin tengo acceso. Datos meteorológicos, los miembros del laboratorio, fauna, control de clima. Eso debe ser. Entro y tal y como esperaba está vacío. Consulto el log. Han hecho un borrado en profundidad, no hay nada que podamos recuperar. Golpeo la mesa con impotencia.
“¡Parece que hemos fracasado, se han llevado toda la información!”, exclamo en voz alta resignado.
No puedo darme por vencido, debe haber algo que podamos recuperar. John ya ha contactado con el mando en Canadá. Están enviando un helicóptero para recogernos, estarán aquí en 4 horas.
Tiene que haber algo, ¡vamos, piensa! Llevo una hora indagando por los archivos, no encuentro nada relevante. Un fichero llamado “palomitas”, por algún motivo mi instinto me dice que es importante. No puedo abrirlo, lleva alguna clase de cifrado propio. Tras media hora consigo la clave y resulta ser información de seguridad. El que diseñó el sistema debía ser un tipo listo, los ficheros del proyecto de control climático contienen un virus que se activa cuando son leídos. Según dice debería darnos la localización del nodo que los está abriendo. Esto ya es otra cosa, si no lo descubren podemos tener una posibilidad.
“John, llama al centro de mando, que envíen un jet inmediatamente. Diles que abran una conexión con esta base, tengo información importante que transmitirles. Estad preparados, si tenemos suerte puede que comprueben los datos antes de salir de la ciudad. Tendremos poco tiempo para actuar cuando lo hagan”.

Ahora solo queda esperar. Hay demasiadas cosas en juego, no puedo volver a fallar, esta vez no. Me enrolé en el servicio activo del CIS esperando tener algún día la oportunidad de corregir mi error. No es que hubiera podido detener el cambio, eso era inevitable, pero habría salvado millones de vidas. Ahora tengo una nueva oportunidad y no voy a dejarla escapar.