La Red, por Faustino Nebrera

Aunque habían transcurrido pocos minutos desde el crepúsculo, la noche del desierto se anunciaba ya en forma de un viento suave pero gélido, que contrastaba vivamente con el calor asfixiante que se sufría sólo unas horas antes. Aún no había salido la luna y, en la oscuridad, apenas se adivinaban las siluetas de las montañas del Jebel Dukhan, algunos kilómetros al oeste. Envuelto en su manto y kufiyya grises, Ahmed Al-Fassr Ibn-Rashid sabía que con aquella luz era prácticamente invisible a cualquiera que estuviese a más de cinco metros de distancia. Sin embargo, en el desierto, el más leve de los ruidos puede percibirse a grandes distancias, así que Ahmed permanecía inmóvil, escuchando y observando. Estaba tendido sobre la arena, a media altura de la Gran Duna, mientras que Muhammad, su hombre en la zona, permanecía al otro lado, a menos de un kilómetro, procurando mantener en silencio a los camellos.
Los extranjeros habían situado su campamento en una zona baja localizada algo al este, a unos 500 metros del punto desde el que Ahmed observaba. El pequeño asentamiento estaba ahora tenuemente iluminado por el resplandor oscilante de los escudos de energía. Durante el día, el campamento había permanecido completamente silencioso, cubierto por lonas monofibra de camuflaje, y los extranjeros habían estado ocultos todo el tiempo. Ahora, sin embargo, una febril actividad se extendía por doquier. Ahmed hubiese querido acercarse un poco más para tratar de adivinar qué estaban haciendo, pero sabía que corría el riesgo de ser descubierto, y eso era algo que no podía permitirse.
Porque Ahmed Al-Fassr Ibn-Rashid era un said de La Red.
La organización que otrora fuese conocida como Al Qaeda había cambiado mucho en las últimas décadas. El objetivo seguía siendo esencialmente el mismo: el control del mundo por parte de la umma, la comunidad de creyentes. Sin embargo, los sangrientos métodos del comienzo, los atentados masivos, los muyahidines suicidas o las ejecuciones transmitidas en directo por Internet habían quedado atrás. Los nuevos dirigentes habían entendido que había formas infinitamente más sutiles y eficaces de hacer las cosas. Lo primero que hizo Al Qaeda fue “desaparecer”. De la noche a la mañana dejaron de producirse atentados, ya no hubo más comunicados, ni vídeos enviados a Al-Yazira con llamamientos a la yihad. Durante algún tiempo, los periódicos siguieron publicando rumores y

especulaciones de lo más variopinto. Según unos, Bin-Laden, Al- Zawahiri y otros dirigentes se habían auto-inmolado en las montañas de Pakistán al verse rodeados por el ejército. Según otros, la disidencia interna había provocado la ruptura de la organización. Lo cierto es que, pasados unos años, hasta los servicios de inteligencia más recalcitrantes tuvieron que reconocer a sus gobiernos que Al Qaeda se había esfumado sin dejar rastro. La sociedad occidental respiraba aliviada después de décadas de terror.
Mientras tanto, La Red (nadie conocía otro nombre) se había convertido en la sociedad más secreta que el mundo haya conocido, hasta el punto de que ni aún los gobiernos más poderosos sospechaban siquiera de su existencia. Gracias a sus inmensos recursos financieros, y con enorme sigilo y paciencia, La Red fue poco a poco tomando el control económico de las principales compañías petroleras y gasistas del mundo. Pocos sabían que la mayoría del capital de empresas como Exon-Mobil o Gazprom estaba en manos de una docena de inversores anónimos que eran, en realidad, testaferros de La Red. Sus tentáculos económicos se extendían por todo el mundo y abarcaban desde actividades de prospección y extracción hasta la fabricación de plásticos, materiales sintéticos y todo tipo de derivados petroquímicos, pasando por oleoductos, gasoductos y flotas de petroleros. Aunque para mediados del siglo XXI las energías renovables y la nuclear representaban ya un porcentaje elevado de la producción eléctrica, la dependencia de la humanidad de los hidrocarburos era cada vez más brutal. Gracias a ello, La Red tenía una capacidad de presión sobre los gobiernos de todo el mundo que Osama Bin-Laden nunca se hubiese atrevido a imaginar.
Con el poder económico en la mano, La Red comenzó a mover los hilos de la sociedad occidental con gran delicadeza. Sabía que el resultado final requeriría del paso de varias generaciones, así que las cosas se planificaron y ejecutaron con extrema precisión. Poco a poco, la prensa occidental empezó a presentar al Islam con otra visión, mucho más amable y cercana, se olvidaron los viejos miedos a los muyahidines y nació una creciente simpatía. Los parlamentos empezaron a modificar sus leyes y el otrora liberal y laico Occidente comenzó a incorporar las enseñanzas del Profeta como algo perfectamente natural. Hacia 2050 se calcula que más del 30% de la sociedad occidental había abrazado oficialmente el Islam y otro tanto simpatizaba vivamente con dicha religión y sus costumbres. Las leyes

y hasta la forma de vestir se iban pareciendo cada vez más a las de los países musulmanes, y el proceso avanzaba rápidamente. Mientras tanto, la hedonista sociedad occidental se mostraba satisfecha de su “tolerancia” y su liberalismo, sin sospechar siquiera que estaba siendo invadida de manera silenciosa e incruenta.
Una organización como La Red sólo puede sobrevivir si dispone de ojos y oídos en todo el mundo. Cualquier acontecimiento imprevisto y no controlado adecuadamente puede desviar los planes, e incluso poner en peligro el imprescindible secreto. Cuando era necesario intervenir, la mayoría de las veces La Red se apoyaba en gobiernos amigos para que hiciesen el trabajo sucio. En ocasiones, sin embargo, se precisaba realizar alguna acción puntual y especialmente secreta. Escuchar, observar y actuar sin jamás llamar la atención era la misión de los miles de agentes de La Red distribuidos por todo el mundo. Se organizaban en forma de células o harkas formadas por no más de 20 agentes bajo el mando de un said. Se trataba de personas procedentes de la zona en la que iban a operar, de variopinta extracción, normalmente reclutadas jóvenes y entrenadas discretamente en alguna de las “academias” secretas de La Red. Su misión básica era de observación y apoyo, por lo que sólo era imprescindible una sólida fe en la umma y la obediencia ciega a su líder. El said, por el contrario, solía ser un agente experimentado, formado en diferentes técnicas de inteligencia y combate, y con demostrada capacidad de liderazgo. Las harkas funcionaban de modo completamente aislado. Ni siquiera el said conocía a los que operaban en territorios cercanos. Los agentes sólo conocían y recibían órdenes de su said, y éste informaba y recibía órdenes de forma electrónica, a través de una especie de buzón de contacto al que se conocía en clave como “La Piedra”, y que de algún modo representaba el centro de mando. Nunca había un rostro, un nombre, un lugar, nada que pudiese poner al descubierto un punto flaco en el secreto estricto de La Red. La harka permanecía habitualmente “durmiente”, salvo que alguno de sus miembros viese u oyese algo fuera de lo normal, en cuyo caso lo comunicaba a su said, que a su vez lo transmitía a la organización. Otras veces, era La Piedra la que enviaba órdenes de actuación al said, órdenes que siempre eran obedecidas de inmediato.
El said Ahmed Al-Fassr Ibn-Rashid era el tercer hijo de un acaudalado jeque qatarí, Rashid Al-Hamud Ibn-Muzzah, el cual presumía de tener

un lejano parentesco con la familia real saudí, cosa que nunca pudo demostrarse. Rashid había heredado un buen paquete de acciones de un campo de gas natural al norte de Qatar, cuyas rentas le reportaban ingresos más que suficientes para vivir holgadamente. La mayor parte del tiempo la pasaba fuera del país, dedicado a la caza en safaris y cotos privados, o bien a deportes de alto riesgo como el paracaidismo o la alta montaña. Sus hijos le conocían poco, pues las cortas temporadas que pasaba en casa se aburría y estaba siempre nervioso e irritable, así que intentaban evitarle. Rashid murió cuando Ahmed aún no había cumplido los 5 años. Al parecer intentaba, con otros amigos, la escalada al K2 por su cara norte cuando los sorprendió una fuerte tormenta. Un grupo de sherpas los encontró diez días más tarde. Todos estaban congelados.
De acuerdo a las leyes de Qatar, las posesiones de Rashid pasaron íntegramente al hijo primogénito, Hussein, incluyendo el campo de gas, la enorme casa a las afueras de Doha y el jet privado, pero también la responsabilidad sobre las esposas y sirvientes que Rashid había acumulado a lo largo de los años. Ahmed y el segundo varón, Abdulah, no quedaron, sin embargo, desprotegidos. Eran ciudadanos qataríes natos, puesto que contaban con más de 4 generaciones en el país, así que tenían derecho a una pensión vitalicia pagada por el Estado.
Ahmed finalizó con brillantez sus estudios secundarios y su situación llamó la atención de La Red. Al agente que enviaron no le resultó difícil captarlo, puesto que el chico estaba falto de afecto, arraigo y valores morales. El agente había reclutado a decenas de jóvenes, y sabía perfectamente cómo tocar las fibras más sensibles de cada uno, usando las dosis adecuadas de patriotismo, religiosidad e ideales universales de justicia y equidad para mayor gloria de la umma. Un mes más tarde, Ahmed hubiese hecho cualquier cosa por el proyecto de La Red, así que se sintió feliz cuando lo enviaron a estudiar Ingeniería a Madrid después de un cursillo acelerado de español.
Ahmed demostró enseguida que había sido una buena elección. No sólo terminó la carrera con un brillante expediente, sino que en esos pocos años consiguió dominar el idioma, hasta el punto de que resultaba difícil detectar en su conversación el más mínimo acento.

Sin duda alguna, Ahmed tenía gran facilidad para las lenguas extranjeras, así que La Red le envió a Cambridge, en Inglaterra, a estudiar un Master en Industria Petroquímica. En dos años hablaba mejor inglés que la mayor parte de los británicos y, de no ser por su pelo y ojos oscuros, podría haber pasado fácilmente por un joven lord.
A estas alturas, en La Red eran plenamente conscientes de que tenían en las manos un diamante en bruto, así que pasó sucesivamente por “academias” de entrenamiento en Dortmund, Niza, Moscú y Pekín.
A los 28 años, amén del árabe, Ahmed dominaba el español y el inglés, podía conversar razonablemente en francés, alemán, ruso y chino, y había obtenido algunas nociones de italiano y japonés estudiando en sus ratos libres. Pero todavía debía aprender a sobrevivir en el difícil mundo del espionaje, así que pasó los dos años siguientes integrado en harkas operativas en lugares de máxima tensión, incluso de guerra abierta. Vivió unos meses muy duros en las montañas de Afganistán, una temporada en la selva de Colombia, otra en la frontera de Timor, e incluso tuvo que enfrentarse a tribus rebeldes en la tundra gélida del norte de Mongolia. Un buen número de cicatrices en su cuerpo daban idea de lo duro de aquel “entrenamiento”. Mientras, aprendió lo caros que se pagan los errores, y lo importante de la paciencia y el control de la mente en las misiones arriesgadas. Cuando por fin volvió a Qatar, contaba poco más de 30 años, y era uno de los mejores agentes de La Red.
Un musulmán sano y joven como Ahmed no podía permanecer ocioso, a riesgo de llamar demasiado la atención, así que La Red le buscó un trabajo discreto en la inmensa refinería de Al Kishah, situada en la costa este, a unos 30 kilómetros al norte de Doha. Uno más de entre las docenas de ingenieros de mantenimiento de la planta, todos sabían que era de familia aristocrática, por lo que a nadie extrañaba la frecuencia con la que tomaba permisos de una o dos semanas “por asuntos propios”. En Recursos Humanos estaban convencidos de que poseía una gran fortuna, y de que sus “escapadas” tenían como objeto ocuparse de los negocios de su familia. Por otro lado, había sido contratado gracias a recomendaciones al más alto nivel, así que nadie se metía en sus

asuntos. En definitiva, una tapadera perfecta para su verdadera actividad.
En los cinco años siguientes, además de algunas misiones en Estados Unidos, Latinoamérica y Rusia, Ahmed se había hecho cargo de una harka que operaba preferentemente en el lado árabe del Golfo Pérsico. Tenía tres agentes en Qatar, y uno de ellos, Muhammad, había sido el primero al que había reclutado personalmente. Ahmed no podía evitar sentir un especial afecto por el chico. Muhammad vivía en una minúscula aldea próxima a Umm Bab, y pertenecía a una tribu de beduinos, pobres pero orgullosos de su historia milenaria. Aunque hacía décadas que no eran nómadas, sino que vivían asentados en ciudades y aldeas, los beduinos mantenían muchas de sus ancestrales costumbres, como el manto y la kufiyya grises, que les permitían ocultarse entre la arena, o su afición a las carreras de camellos, que seguían criando y entrenando como hacía cerca de tres mil años. Muhammad tenía poco más de 20 años, era inteligente y callado y, después de dos semanas entrenándole en un campo al sur de Irak, Ahmed había apreciado su resistencia y su calma ante el peligro, algo que sin duda había heredado de sus antepasados beduinos. Por su parte, Muhammad admiraba la fuerza y los conocimientos de Ahmed, y estaba dispuesto a seguirle fielmente donde le ordenase. Ahmed sabía que podía confiar en su agente hasta la muerte.
Muhammad le había avisado el día anterior de que ocurría algo raro al este de las montañas, en la zona de las grandes dunas. Varias mujeres de la aldea y algunos ancianos habían avistado dos pequeños aparatos voladores de aspecto extraño, que parecían haber aterrizado en una zona en la que ni siquiera el ejército qatarí realizaba incursiones. Ahmed lo comunicó a La Piedra y esperó instrucciones. Una hora más tarde recibió órdenes de desplazarse de inmediato al lugar y obtener cuanta información pudiese.
En lugar de emplear un cóptero, que habría llamado mucho la atención, Ahmed prefirió las más de 2 horas de incómodo viaje a través de caminos siempre cubiertos de arena en el todoterreno que usaba a diario para ir al trabajo. Muhammad le esperaba a las afueras de Umm Bab, donde dejaron el vehículo oculto en un almacén y prosiguieron camino a lomos de camello, no sin que antes Ahmed cambiara sus vestiduras por las más adecuadas ropas grises de los

beduinos. Les llevó más de una hora de camino alcanzar la Gran Duna, a la que se aproximaron por el lado opuesto al lugar de aterrizaje de los extranjeros, y Ahmed necesitó otra media hora para subir hasta media altura en silencio y buscar un punto de observación desde donde no pudiese ser detectado.
Hacía cada vez más frío, y Ahmed decidió que debía actuar. Desde donde estaba no veía más que siluetas que se movían sin orden aparente y no alcanzaba a oír ni siquiera un retazo de conversación. Acercarse más estaba descartado, así que no quedaba otra opción que emplear alguno de sus “juguetes”. Sabía que era peligroso, pues todo equipo electrónico de observación y escucha es susceptible de ser detectado, a pesar de todas las protecciones. Ahmed no sabía con qué tecnología de contraespionaje contaban los extranjeros, pero no podía hacer otra cosa más que confiar en el ultra-sofisticado diseño de los equipos que La Red ponía a su disposición.
Extrajo de la pequeña mochila que llevaba al hombro lo que parecían ser unos pequeños prismáticos, similares en apariencia a los que pueden comprarse en cualquier bazar alrededor del mundo. Bajo su aspecto inocente encerraban, sin embargo, algunas de las tecnologías más sofisticadas que los laboratorios de investigación de La Red habían desarrollado. Los agentes conocían el artefacto como UPT (unidad personal de televigilancia). Por una parte incorporaba unos binoculares de alta precisión con capacidad de visión diurna y nocturna, gracias a sus sensores infrarrojos, y por otra un micrófono direccional de gran sensibilidad, capaz de captar una conversación en voz baja a más de 300 metros de distancia. Una sofisticada electrónica permitía tomar fotografías estereoscópicas de alta calidad, así como grabar audio y video de forma simultánea o por separado. Todo ello se almacenaba en una memoria ultraflash con capacidad para más de 24 horas de audio y vídeo combinados. Unas varillas telescópicas de sinter-titanio, articuladas a la parte inferior, actuaban como trípode, manteniendo el binocular rígidamente asentado y libre de vibraciones.
Ahmed manipuló los mandos hasta tener una visión general del campamento. Afortunadamente, la tenue iridiscencia de los escudos de energía hacía innecesario el uso de los sensores nocturnos, muy útiles para observar personas o animales, pero incapaces de captar detalles en el caso de equipos o maquinaria. Los vehículos estaban

dispuestos en paralelo, a unos 15 metros de distancia entre sí, y sus proas y popas estaban unidas por sendas hileras de balizas energéticas, creando un escudo de forma aproximadamente semiesférica. Ahmed aumentó el zoom para observar con mayor detalle uno de los vehículos. Sobre sus seis patas articuladas de aterrizaje, parecía un enorme insecto preparado para lanzarse sobre su presa. El fuselaje era afilado en la proa, se ensanchaba poco a poco hasta formar la cabina y lo que parecía una bodega de carga, y volvía a estrecharse hasta acabar en los dos tubos de eyección de cola. Bajo la panza del vehículo aparecía unido un grueso anillo que sobresalía ligeramente por los laterales. Por su forma, podría tratarse de un acelerador de positrones, la última tecnología en suspensores antigravedad, que había desarrollado inicialmente, hacía pocos años, un equipo internacional de científicos en los laboratorios Hopkins. La Red mantenía puntualmente informado a Ahmed de los últimos desarrollos tecnológicos, especialmente en equipos y material susceptibles de uso bélico, así que conocía bien los modelos desarrollados por estadounidenses, rusos y chinos (los únicos países con capacidad tecnológica suficiente en aquel momento). Precisamente por eso, Ahmed estaba sorprendido: aquel vehículo era notablemente más pequeño y sofisticado que cualquier otro cóptero positrónico que él conociese, incluyendo los últimos prototipos ultrasecretos rusos. Sin duda los expertos de La Red iban a tener trabajo de investigación en los próximos días.
Ahmed dirigió después su atención a los extranjeros. Contó a seis, y no parecía que hubiese nadie más oculto en los vehículos. Todos ellos vestían una especie de uniforme de color grisáceo, probablemente fabricado en carbofibra. Las botas y guantes eran del mismo material, y se cubrían la cabeza con pasamontañas negros que impedían ver sus facciones. Habían dispuesto dos mesas plegables alargadas, una a cada lado del campamento, y sobre ellas se amontonaba un heterogéneo conjunto de ordenadores portátiles y equipos electrónicos de todo tipo. Ahmed no pudo reconocer a primera vista la función de todos los aparatos. Sin embargo, y contrastando con los vehículos, parecían bastante convencionales.
De las mesas partían sendos mazos de cables que iban a confluir, en el centro del campamento, en una máquina extraña, de casi tres metros de altura, y firmemente asentada en la arena mediante cuatro gruesas patas. A Ahmed le recordó vivamente un equipo de

prospección sónica que había visto en Siberia en una de sus últimas misiones. Se trataba de una técnica geológica basada en un principio similar al sonar: Se producía un impulso sónico sobre la superficie terrestre y se analizaban los diferentes rebotes o “ecos” que producían los distintos estratos de terreno. Cada material tiene su propia “huella sónica”, por lo que, en teoría, sería posible determinar la composición y profundidad de las diferentes capas.
Aunque ideada a mediados del siglo XX, hasta hacía muy pocos años la técnica no había tenido posibilidades prácticas reales, tanto por la dificultad para generar impulsos sónicos mono-frecuencia de suficiente intensidad, como por la compleja interpretación de las ondas “rebotadas” y la dificultad de filtrar interferencias laterales. Hacía unos diez años, los chinos habían creado los primeros prototipos viables, e intentaron emplearlos para la localización de yacimientos petrolíferos. Desgraciadamente, se comprobó que a partir de cierta profundidad la “huella sónica” del crudo se confundía fácilmente con ciertas rocas livianas, como la caliza o la malaquita, por lo que el empleo de esta técnica en la industria petrolera resultó muy limitado. Sin embargo, los rusos aprovecharon los desarrollos chinos y demostraron que la técnica sónica era muy eficaz en la localización de materiales metálicos de suficiente densidad, como la pirita o el cinabrio, así que la industria minera empezó a emplear esta tecnología de forma masiva.
Si se verificaba que la máquina que manipulaban los extranjeros era, efectivamente, un prospector sónico, se abría una nueva incógnita: El subsuelo de Qatar era extraordinariamente rico en petróleo y gas natural, pero Ahmed no recordaba que se hubiesen detectado vestigios de metales. ¿Qué sospechaban los extranjeros que iban a encontrar? Nuevas preguntas para los expertos de La Red.
El said se concentró entonces en el sonido. Si conseguía captar alguna conversación, sin duda arrojaría un poco de luz sobre aquel misterioso grupo. Se ajustó el diminuto auricular y activó el micro direccional. El viento racheado producía silbidos e interferencias que impedían distinguir los sonidos del campamento. Ahmed manipuló los botones de filtrado digital, hasta que consiguió resaltar el sonido de las voces. Poco a poco fue captando retazos de conversación y, a medida que iba grabándolo todo, quedaba más y más sorprendido. Lo que oía no se parecía a ninguno de los idiomas que Ahmed conocía, ni

siquiera podía encontrar similitudes con ninguno. Igual podía tratarse de una lengua tribal de África central, que un dialecto indígena de Sudamérica… desde luego no era inglés, ni ruso, ni chino, ni nada que se le pareciese. Aquello resultaba cada vez más extraño. ¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿De dónde procedían sus vehículos? ¿Qué estaban buscando con sus equipos de prospección minera?
Ahmed siguió grabando durante unos diez minutos más y decidió que era el momento de enviar aquella información a La Piedra. Conectó la UPT a su transmisor personal, tecleó su clave de acceso e inició la transmisión. Sabía que era peligroso mantener los equipos electrónicos activados durante mucho tiempo, y no esperaba respuesta desde La Piedra hasta que transcurriesen algunos minutos, así que, tan pronto finalizó la transmisión, apagó y empaquetó cuidadosamente todo el equipo y se deslizó sin hacer ruido hacia el punto de encuentro con Muhammad. Una vez alejado del campamento, y con el transmisor en modo de espera, Ahmed aguardó.
La Red había lanzado su propia malla de satélites a lo largo de los años 40. El lobby petrolero, controlado por La Red, había solicitado crear un sistema global de seguimiento meteorológico, con la excusa de prevenir daños en los campos petrolíferos debidos a fenómenos atmosféricos. Las reticencias iniciales de las grandes potencias se habían esfumado cuando el lobby propuso financiar y poner a disposición de la comunidad científica internacional un Centro de Detección Temprana de Desastres Naturales, que se apoyaría, sin coste alguno para los gobiernos, en la información captada por la malla de satélites. Lo que nadie sabía era que, además de sus capacidades meteorológicas, los satélites estaban dotados con sistemas de observación de precisión militar, así como traspondedores de comunicaciones de última generación, que La Red empleó desde entonces para crear su propia infraestructura de transmisión de voz, video y datos, todo ello en frecuencias no comerciales, y con sistemas de encriptación prácticamente inviolables.
Ahmed recibió la respuesta una hora más tarde. La máquina era, efectivamente, un prospector sónico de fabricación rusa. La lengua que hablaban aquellos hombres era kazak, el antiquísimo dialecto mongol que aún hoy se habla en las montañas de Kazajstán. No

había ninguna referencia a los vehículos. Por último, órdenes para Ahmed: Debía regresar a toda prisa a Doha, donde le esperarían nuevas instrucciones.
Mientras conducía el todoterreno de vuelta a casa, Ahmed no dejaba de pensar en los extraños sucesos de la noche. Kazajstán era un país pobre, de poco más de 20 millones de habitantes. Después de la industrialización forzosa de la época soviética, sus habitantes habían vuelto poco a poco a sus ocupaciones ancestrales en la agricultura y la ganadería. Aún quedaban algunos campos petrolíferos, pero las reservas estaban prácticamente agotadas. Por otro lado, la mayor parte de la población hablaba ruso, y sólo al este, en los montes Altay y en la remota región de Tien Shan, seguía usándose el kazak como lengua habitual. Sin duda, lo último que cabía esperar era un grupo de kazajos operando maquinaria ultra-sofisticada en el desierto de Qatar. Pero lo que más inquietaba a Ahmed era el hecho de que en el mensaje de La Piedra no se mencionase para nada a los misteriosos cópteros positrónicos. O bien La Red no sabía nada de ellos (Ahmed se resistía a creer esto), o se trataba de información tan secreta que ni siquiera un said de primer nivel como él estaba autorizado a conocerla. Su trabajo consistía en obedecer las órdenes, así que se concentró en esquivar los montículos de arena del camino.
Al llegar a Doha, cerca de las tres de la madrugada, encontró sobre la mesa un sobre marrón. Dentro, un pasaporte español a nombre de Luis García Fuentes con la foto de un sonriente Ahmed en la primera página, una tarjeta de identidad de Repsol Prospecciones con una foto parecida, y un billete de avión con destino a Frankfurt para las 9 de la mañana del día siguiente. Tenía tiempo para dormir algunas horas.
El vuelo de Lufthansa aterrizó suavemente en Frankfurt-Main. Con su identidad española, Ahmed pasó sin problemas el control de pasaportes y la aduana, y enseguida vio a un hombre que levantaba un cartelito donde se leía “Luis García”. Lo siguió sin decir una palabra hasta un mercedes negro. El hombre le indicó que se sentase atrás mientras él lo hacía al volante. Había otro pasajero, un hombre de unos 60 años que vestía un impecable traje de tweed inglés. El pelo blanco cortado a cepillo y los ojos grises acerados le daban un aspecto inquietante.

-Llámeme Peter- dijo en alemán a modo de saludo.
-Encantado, soy Luis García- respondió Ahmed en el mismo idioma.
-Muy bien, Ahmed, pero quizá sea más cómodo si utiliza su verdadera identidad mientras conversamos. El disfraz no es necesario por el momento- el hombre hablaba con un fuerte acento gutural.
Ahmed asintió y esperó mientras el supuesto Peter miraba distraídamente por la ventanilla. El mercedes había tomado la autopista A66 en dirección oeste y se alejaba rápidamente del aeropuerto. Mientras, Ahmed se preguntaba si aquello no sería una trampa. Nunca había visto en persona a nadie de la organización que no fuese otro agente.
-Supongo que le extrañará tener una entrevista con alguien que trabaja en La Piedra.- el hombre parecía haber leído sus pensamientos –Verá, realmente no es tan extraño, a veces las circunstancias exigen actuar rápidamente y con precisión milimétrica, y no podemos permitirnos malentendidos o interpretaciones equivocadas, así que alguien de dentro debe acudir personalmente.
-Eso significa que esta es una circunstancia excepcional, ¿no es así?- Ahmed tanteó el terreno.
-Más que excepcional, yo diría que es una situación crítica- El hombre se volvió de nuevo hacia la ventanilla y permaneció en silencio. Cerca de Wiesbaden el mercedes se desvió de la autopista y tomó una estrecha carretera secundaria que serpenteaba entre bosques y pequeñas urbanizaciones de casitas, todas ellas muy similares entre sí. Volvieron a desviarse otras dos veces hasta llegar a una casa de una sola planta. Ahmed no pudo ver gran cosa, puesto que el chofer condujo rápidamente hasta meter el coche en un garaje, cuya puerta se cerró a sus espaldas. Peter hizo un gesto a Ahmed para que lo siguiera. Bajaron unas estrechas escaleras de hormigón, avanzaron por un pasillo tenuemente iluminado y se encontraron ante una puerta de acero. Peter acercó la mano a un disco rojo en el centro de la puerta y ésta se deslizó suavemente a un lado.
Estaban en una especie de bunker de hormigón de unos 8 metros de largo por 5 de ancho, sin ventanas y con sólo una puerta, la que

acababan de atravesar. Unas rejillas cerca del techo dejaban escapar el tenue zumbido del aire acondicionado, y unos fluorescentes procuraban una fría iluminación blanca. En el rincón más alejado había dos camastros y un pequeño aseo, y en el centro una enorme mesa de aspecto metálico rodeada de sillas, sobre la que descansaban dos ordenadores portátiles, ahora cerrados. Una de las paredes estaba cubierta por una placa de corcho, sobre la que estaban clavados mapas, fotografías y otros documentos. Peter invitó a Ahmed con un gesto a tomar asiento, mientras él se sentaba enfrente. Peter esperó aún unos segundos antes de empezar a hablar.
-Será mejor que empiece por el principio.- esta vez Peter miraba directamente a los ojos a Ahmed –Hace unos 15 años se produjo una fuerte disensión en la cúpula de nuestra Organización. Uno de los miembros del Consejo, una mujer conocida por el nombre en clave de “La Aguja”, pensaba que el Plan avanzaba demasiado despacio y quería volver a los antiguos métodos, con atentados selectivos contra Estados Unidos y Rusia. Después de fuertes discusiones, La Aguja se quedó sola en la defensa de su tesis, pero era demasiado orgullosa como para reconocer su derrota y acatar la voluntad de la mayoría, así que decidió abandonar La Red. Nunca hasta entonces alguien del Consejo había abandonado, salvo por grave enfermedad o por la muerte, por lo que el resto del Consejo se limitó a exigir a La Aguja un solemne juramento por el que se comprometía a mantener estricto secreto acerca de La Red, y a no interferir en modo alguno en su actividad. Al mismo tiempo, transmitieron órdenes al centro de mando para mantener bajo vigilancia a la mujer.
-La Aguja vivía habitualmente en una gran hacienda próxima a Buenos Aires- continuó Peter –y conseguimos infiltrar entre los empleados a uno de nuestros agentes en Argentina, un said llamado Alfredo Suárez. Al principio todo parecía tranquilo hasta que Suárez empezó a transmitir informes que hablaban de actividades un tanto extrañas por parte de La Aguja. Todo parecía indicar que estaba creando una organización propia pero, ¿con qué fines? Cuando más cerca estábamos de averiguarlo, Suárez fue descubierto y trataron de matarlo. Consiguió huir, herido de bala, y tuvimos que sacarlo rápidamente de Argentina junto con su mujer y sus dos hijos. Lo instalamos en Madrid con otra identidad, otro trabajo y hasta otro aspecto.

Peter se detuvo un momento, como sopesando el impacto que sus palabras causaban en Ahmed, pero el rostro del said permanecía impenetrable, así que prosiguió su relato:
-Cinco años más tarde, cuando todos pensábamos que estaba completamente a salvo, Suárez y su esposa murieron al estallar su coche al girar la llave del contacto. Ocurrió a la puerta de su casa, así que el hijo menor llegó a ver la explosión por la ventana. Aunque sólo tenía 15 años, tuvo la entereza suficiente como para recordar el número de teléfono que su padre le había hecho memorizar para un caso de emergencia. Por aquel entonces nuestro equipo de apoyo en Madrid lo constituían dos hermanas llamadas Ana y Marta. Actuaron rápido, se adelantaron a La Aguja y consiguieron sacar a Julio de Madrid en menos de una hora.
-¿Que ocurrió con el otro hijo?- preguntó Ahmed.
-Hija.- corrigió Peter- Se había casado unos meses antes con un granjero americano y vivían en Iowa, así que pensamos que no estaría en peligro. En cuanto al chico, en estos años ha recibido una buena formación, y ahora trabaja para nosotros. De hecho, se ha convertido en nuestro mayor experto en las actividades de La Aguja y su organización. Le presento a Julio Suárez.
La puerta se había abierto sigilosamente mientras tanto, y un hombre joven apareció en el umbral. Debía tener unos 25 años, rondaba los
1,80 de estatura y se adivinaban unos músculos bien entrenados. El chico miró a Ahmed con unos profundos ojos oscuros y le estrechó la mano.
-Me alegro de conocerte, Ahmed, Peter dice que eres el mejor agente que ha conocido, y no suele extenderse en halagos de ese tipo.- Julio hablaba en su español materno.
-No sabía que fuese tan famoso, ni creo que me convenga serlo- respondió Ahmed con una sonrisa.
-Bien, señores, vamos a trabajar- interrumpió Peter con impaciencia, esta vez hablando español, así que los otros asumieron que ese sería

el idioma a utilizar. Se acomodaron los tres alrededor de la mesa, y
Peter prosiguió:
-Cuando el padre de Julio fue descubierto en Buenos Aires, La Aguja desapareció. Creemos que se mueve continuamente, cambiando de identidad cada pocos meses. Mientras tanto, ha ido tejiendo una compleja organización, y mantiene alianzas secretas con algunos países poderosos, como India o China. Sus fuentes financieras parecen ilimitadas, y cada vez nos resulta más complejo infiltrar agentes en sus filas. De lo que sí estamos seguros es de que prepara un atentado de enorme magnitud. Julio, ¿podría resumirle a Ahmed lo que sabemos?
-Con mucho gusto- Julio esbozó una sonrisa –pero antes es necesario hablar de la antimateria- Ahmed no entendía la relación, así que esperó.
-En 1929, Paul Dirac postuló teóricamente la existencia de la antimateria, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta que, en los laboratorios europeos del CERN, se produjeron los primeros átomos de anti-hidrógeno, a finales del siglo pasado. Fue en esos laboratorios donde se comprobó, por primera vez, que cuando materia y antimateria se encuentran, se aniquilan por completo mutuamente, produciendo una enorme cantidad de energía, del orden de mil veces superior a la de una reacción nuclear convencional. Desde entonces, muchos científicos de todo el mundo han investigado sobre esta cuestión, aunque el avance ha sido muy lento.- Julio se detuvo un instante mientras Ahmed seguía preguntándose que tenía aquello que ver con La Aguja.
-Los principales avances- prosiguió Julio –se han producido en el estudio de antipartículas elementales, como los positrones y los anti- protones. Los sustentadores de anti-gravedad positrónicos son un ejemplo del uso práctico de estos conocimientos. Por desgracia, hasta hace muy poco tiempo nadie había podido crear unidades de antimateria más complejas que simples átomos de anti-hidrógeno hasta que, hace ahora unos cinco años, el físico ruso Andrei Modunov, en los laboratorios nacionales de Minsk, descubrió, casi por casualidad, que bombardeando Be-7 (un isótopo radiactivo del Berilio) con muones-ß, podían conseguirse átomos de anti-berilio, estables durante un par de milisegundos.

-Las autoridades rusas no le permitieron publicar sus descubrimientos, pero hubo filtraciones que llegaron a diferentes oídos. El profesor Modunov prosiguió con sus experimentos hasta que, un par de años después, tanto Modunov como su laboratorio volaron por los aires en medio de una gran explosión. Los rusos nunca dieron explicaciones, pero todo apunta a que Modunov había perfeccionado su tecnología hasta poder crear una cantidad significativa de anti-berilio, probablemente varios nanogramos estables. Por desgracia, no consiguió mantener el anti-berilio completamente aislado del berilio original, lo que provocó la explosión al aniquilarse mutuamente ambas sustancias.
-¿Podríamos ir al grano? Creo que estamos aburriendo a Ahmed con toda esta teoría- interrumpió Peter.
-Lo siento- se disculpó Julio –dicen que un master en física de partículas corrompe irremisiblemente el cerebro- sonrió levemente y prosiguió:
-Modunov tenía un ayudante, un kazajo llamado Igor Krushenko, que oficialmente murió en la explosión del laboratorio. Hace pocos meses, sin embargo, nuestros agentes lo detectaron cuando tomaba un vuelo en Astana con dirección a Shangai. Le hemos mantenido bajo vigilancia, y ahora estamos seguros de que trabaja para La Aguja. Lo que pensamos es que…
-¡Las hipótesis vendrán luego!- interrumpió de nuevo Peter –Por ahora nos limitaremos a los hechos.- a Ahmed aquel hombre le resultaba cada vez más inquietante. –Hablemos ahora de Qatar, puesto que la información que ha obtenido Ahmed es sumamente importante.- Peter pareció ordenar sus pensamientos y prosiguió:
-A finales del siglo pasado, las reservas mundiales de berilio eran relativamente altas. Sin embargo, durante las primeras décadas de este siglo, se empleó berilio de forma masiva como aislante en componentes electrónicos, hasta el punto de que hoy en día está prácticamente agotado, y las escasísimas reservas existentes están fuertemente protegidas por los gobiernos que las poseen. Cualquiera que necesite cantidades de berilio superiores a un kilogramo, tendrá dificultades para obtenerlas, salvo que encuentre una veta de

berilonita o de fenaquita, cosa que, precisamente, era lo que buscaban los hombres que Ahmed pudo ver en Qatar.- Peter dirigió la mirada a Ahmed y prosiguió:
-Como seguramente ha imaginado, aquella máquina era un prospector sónico de última generación, robado hace tres meses de un campo minero de Osetia. Lo cierto es que la traducción de las conversaciones en kazak que Ahmed pudo grabar indican no sólo que buscaban mineral de berilio sino que, sin duda, lo encontraron, y bastante próximo a la superficie.
-Pero en Qatar nunca se han detectado yacimientos de metales- interrumpió esta vez Ahmed con vehemencia.
-Eso no es del todo cierto- contestó Peter –en Qatar casi nunca se han buscado yacimientos de metales, puesto que el petróleo y el gas han sido suficiente fuente de riqueza durante muchos años. Sin embargo, en el único estudio geológico global que se ha realizado en Qatar, allá por 2025, se menciona casi de pasada la probabilidad de existencia de estratos de berilio al este de las montañas de Jebel Dukhan. Ese estudio ha permanecido olvidado durante décadas en los archivos ministeriales, aunque nunca ha sido secreto. Lo que sí está claro es que La Aguja ha dado con esa información. Esta misma mañana, una empresa minera con sede en Sudáfrica ha solicitado al ministerio de minas qatarí una concesión de explotación minera justamente en la zona en la que Ahmed vio a la expedición.
-Eso explica la presencia de aquellos hombres, pero.. ¿Qué hay de sus vehículos? Nunca había visto nada parecido- intervino de nuevo Ahmed. Peter lo miró largamente y dijo lacónicamente:
-Tampoco nosotros.- su voz parecía ahora cansada –La organización de La Aguja debe ser sumamente poderosa para haber construido estos cópteros tan avanzados en el más absoluto secreto. Lo cierto es que nuestros técnicos están ahora estudiando las imágenes que tomó Ahmed, y estamos a la espera de un primer informe.- Peter permaneció en silencio un largo minuto, y después prosiguió:
-Aún queda un punto que añadir a nuestro rompecabezas.- su voz parecía haber recobrado las fuerzas –Los vehículos que Ahmed observó en Qatar levantaron el vuelo esta madrugada. Nuestros

satélites los han seguido hasta las montañas de Kazajstán, donde aparentemente, han “desaparecido” de nuestro campo de observación. Otro tema que están analizando nuestros ingenieros.
Julio y Ahmed intercambiaron una mirada preocupada. Aquel asunto parecía más complicado de lo que habían imaginado.
-Bien- prosiguió Peter –esto es lo que vamos a hacer: Mientras nuestros técnicos y nuestros agentes de campo trabajan, ustedes dos permanecerán aquí, a salvo de miradas indiscretas. En estos ordenadores hemos cargado toda la información pertinente acerca de la Aguja, de Modunov y de Krushenko, y tienen acceso a nuestros archivos científicos. En los próximos días, quiero que asimilen esta información y se preparen para iniciar una misión vital para la Red y, por extensión, para el mundo entero.- Peter se levantó y se dirigió hacia la puerta mientras decía despreocupadamente:
-Les enviaré algo de comida.
Durante los siguientes días, Julio y Ahmed revisaron docenas de documentos e informes e intercambiaron conocimientos y opiniones. De vez en cuando, el silencioso chófer aparecía con una bandeja con comida, agua y café. La cantidad de datos almacenados en los archivos de La Piedra era inmensa, así que cada pocas horas se hacía necesario un descanso para no agotar la mente. En esos momentos de esparcimiento, la conversación se volvía informal, y poco a poco se fue labrando una firme amistad entre ellos. En una ocasión, Ahmed mostró a Julio su extrañeza porque trabajase para La Red, no siendo musulmán, y Julio se lo explicó:
-Verás, en La Red trabajamos gentes de todas partes del mundo y de casi todas las religiones imaginables. Es cierto que los orígenes de La Red se basaron en el Islam, pero con los años las cosas han cambiado mucho. El objetivo sigue siendo el mismo: la paz y la concordia entre los hombres, pero se ha aprendido que las religiones no son más que manifestaciones diferentes de esencialmente los mismos principios éticos. La Red se ocupa ahora de acallar cualquier atisbo de radicalismo religioso, tanto islamista como de cualquier otro signo y, por supuesto, no se toleran prácticas terroristas, eso lo sabes bien, dado que has participado en varias misiones en ese sentido.- Ahmed asintió con la cabeza –Lo cierto es que la antigua organización

terrorista es ahora la garante de la paz universal, una curiosa metamorfosis.
Ahmed sopesó las palabras de Julio. Él era musulmán convencido, y siempre había visto al Islam como la única religión verdadera, pero lo que decía Julio tenía mucho sentido; realmente había conocido muchos cristianos que eran excelentes personas, y también budistas e hinduistas. En el fondo, el concepto de la umma no era estrictamente islámico, sino que impregnaba a muchas religiones. Definitivamente, aquel chico era mucho más maduro que los 25 años que aparentaba.
-De modo- dijo Ahmed –que estás en La Red para ayudar a mantener la paz en el mundo.
-¡En absoluto!- respondió vivamente Julio –estoy en La Red para matar a La Aguja. Vengaré a mis padres.- viendo el brillo de sus ojos, Ahmed supo que lo haría, aunque tuviese que dedicar su vida entera a tal objetivo.
Dos días más tarde, a media mañana, se abrió la puerta y apareció Peter. En esta ocasión no vestía de traje, sino una especie de mono cerrado, completamente negro, que le confería un aspecto aún más inquietante que de costumbre. Ni siquiera les saludó, sino que empezó a hablar de inmediato, como si no se hubiese movido de la habitación en los últimos días.
-Traigo noticias- rápidamente sujetó un plano al corcho de la pared y les indicó con un gesto que se acercasen –este es el macizo de Tien Shan, justo en la frontera de Kazajstán, China y Kyrgyzstan- Peter utilizaba un pequeño puntero láser para indicar el punto en el plano – verán que algunos de los picos más elevados, como el Khan Tengri, están en territorio chino, pero las laderas más escarpadas se encuentran en Kazajstán. Es una zona de muy difícil acceso, con nieves perpetuas y glaciares, y donde sabemos que existen grandes cuevas naturales. Nuestros agentes han encontrado la entrada de una cueva fuertemente protegida y camuflada.- Peter les mostró unas fotografías que había sacado de un bolsillo -Un camino, transitable sólo para todoterrenos, serpentea por las montañas hasta cerca de la cueva, partiendo de la carretera que va de Almaty a Taldykolgan. Nuestros hombres no han podido entrar en la cueva, pero hemos

interceptado varias comunicaciones. Sin duda se trata de un laboratorio nuclear, y el responsable científico es nuestro viejo conocido Krushenko. Este es el punto en el que los cópteros desaparecieron de la vista del satélite, y ahora sabemos por qué.
Julio y Ahmed intercambiaron una mirada de asentimiento. Habían imaginado algo parecido.
-Hemos averiguado que la financiación corre a cargo de una empresa que pertenece a La Aguja, y que mantiene muy buenas relaciones con el gobierno de Pekín.- prosiguió Peter –De hecho, nuestros ingenieros nos indican que el diseño general de los cópteros es casi idéntico al de un prototipo chino que nuestros agentes lograron fotografiar hace unos meses. Por lo que parece, Krushenko ha debido avanzar mucho en la investigación con anti-berilio, pues sólo eso explicaría el reducido tamaño del anillo acelerador de los cópteros. Si en lugar de producir anti-hidrógeno mediante bombardeo con positrones se produjese anti-berilio acelerando muones-ß, se multiplicaría por 15 la capacidad de sustentación teórica. La diferencia de tamaño no es tan grande, así que imaginamos que emplean una técnica mixta, posiblemente por la inestabilidad del anti-berilio. Lo cierto es que La Aguja y los chinos tienen ahora una tecnología extraordinariamente poderosa, sobre todo porque ninguna otra potencia la controla.
Ahmed miraba asombrado el mapa. Le parecía increíble que ni los principales gobiernos, ni siquiera La Red, hubiesen detectado hasta ahora algo tan importante. Sin duda La Aguja había trabajado con gran sigilo y los servicios secretos Chinos habían hecho un excelente esfuerzo de ocultación.
-¿Cree que pueden estar fabricando una bomba de anti-materia?- preguntó de repente Ahmed. Peter lo miró fijamente con sus helados ojos grises.
-Estamos seguros de que están a punto de conseguirlo- contestó Peter –y no sólo eso: de las conversaciones que hemos interceptado se deduce que la primera prueba de la bomba la van a realizar en algún punto densamente poblado de Europa, posiblemente en Alemania. Si funciona, morirán millones de personas.

Peter se detuvo un momento antes de continuar:
-Pero hay algo a nuestro favor. Parece que Krushenko se equivocó en sus previsiones iniciales. Nuestros ingenieros piensan que se necesita mucho más berilio del que se creía para fabricar unos pocos nanogramos de anti-berilio. Krushenko ha debido quedarse sin berilio, por eso lo están buscando en Qatar, e imaginamos que en otros lugares.
-¿Cuál es el plan?- intervino Julio.
Peter les indicó que se sentasen, y una vez acomodados, prosiguió:
-No es la primera vez en la historia de la Humanidad que una potencia se hace con el control de una energía devastadora, y siempre la solución para evitar un holocausto ha sido la misma: la disuasión. Si los americanos o los rusos, o ambos, consiguen desarrollar también la bomba de anti-materia, las fuerzas de poder volverán a equilibrarse. Probablemente durante un tiempo se construirán bombas más y más potentes por todos los bandos, pretendiendo intimidar al contrario, hasta que sea evidente que se trata de una carrera absurda y se inicie un proceso de desarme. El problema es que, en este caso, los americanos y los rusos no sólo no están investigando el antiberilio sino que, incluso, desconocen lo que los chinos tienen entre manos.
-Podríamos informar a los americanos o a los rusos sobre el laboratorio de Krushenko- aventuró Julio.
-¡En ningún caso!- respondió Peter –eso pondría al descubierto a La Aguja, y por ende a La Red. No, eso debe esperar aún.- Peter pareció reflexionar antes de continuar:
-Necesitamos conocer la tecnología de Krushenko y ofrecérsela en bandeja a los americanos y a los rusos, pero eso requiere tiempo, así que vamos a tener que fabricarnos ese tiempo.
Ahmed y Julio se miraron atónitos. Aquel tipo parecía estar desvariando.

-Punto número uno:- continuó Peter –Tenemos agentes infiltrados en la CIA y en el servicio secreto ruso, el FSB, y vamos a empezar a deslizar rumores sobre Modunov, Krushenko y el éxito del anti-berilio. En pocos meses habrá varios laboratorios, tanto militares como civiles, preparados para desarrollar la tecnología.
-Punto número dos: Infiltraremos a Julio en el laboratorio de Kazajstán, y él se ocupará de obtener los detalles de las técnicas de Krushenko, que haremos llegar discretamente a los laboratorios rusos y americanos.
Ahmed pensó que Peter lo planteaba todo como si fuese la tarea más fácil del mundo. Pero Peter prosiguió:
-Punto número tres: Retrasaremos durante al menos un año la producción de la mina de berilio de Qatar. Eso será misión de Ahmed y de sus hombres. ¿Alguna pregunta?
-Bien, la parte de Qatar me parece realizable- dijo Ahmed –con un par de agentes infiltrados en la construcción de la mina podemos provocar pequeños “accidentes” que retrasen su puesta en marcha, incluso sabotear las instalaciones una vez que estén en producción. Sin embargo, no veo cómo va a poder Julio realizar su misión.
-Veamos- respondió Peter -sabemos que Krushenko, como medida de seguridad, ha impuesto que en el laboratorio se hable solamente kazak. Eso no significa, por supuesto, que todos los científicos y técnicos que trabajan allí sean kazajos, sino que todos han pasado por un periodo de aprendizaje previo. Julio irá a Almaty, la antigua capital de Kazajstán, que se encuentra a menos de 200 Km de la cueva del Tien Shan. Allí aprenderá kazak y técnicas de laboratorio nuclear. Con un par de títulos falsos se presentará a las pruebas de admisión del laboratorio simulando ser un técnico chileno que ha pasado un año sabático en Kazajstán. Sabemos que los técnicos de laboratorio escasean, así que no va a ser difícil conseguir que lo admitan. Durante unos meses tendrá que irse ganando la confianza de los responsables del laboratorio, hasta poder acceder a la información que nos importa. Julio ha cumplido ya misiones similares, así que estoy seguro de que lo conseguirá.

-No parece demasiado difícil- asintió Julio –especialmente porque no es necesario hablar kazak nativo. Ese sí que hubiese sido un obstáculo difícil de salvar.
-Pero es demasiado peligroso- objetó Ahmed –sin duda La Aguja tendrá un montón de agentes vigilando el laboratorio. A la más mínima sospecha, Julio será hombre muerto.
-Tendré que asumir el riesgo- convino Julio –soy el único agente disponible con suficientes conocimientos sobre antimateria y teoría de partículas como para poder localizar y entender la información que buscamos. Además- Julio miró a Ahmed con firmeza –no es la primera misión en la que me juego la vida.
Ahmed tuvo que admitir en su fuero interno que Julio tenía razón. Eran agentes de la Red, y sabían que en muchas ocasiones su vida pendía de un hilo. No cabía duda de que el chico era valiente. Sin embargo, Ahmed insistió:
-En cualquier caso, creo que yo debería acompañarte. Dos hombres pueden protegerse las espaldas mutuamente.
-¡De ningún modo!- intervino Peter –usted tiene una misión en Qatar, y debe comenzar cuanto antes. Ya han llegado a Umm Bab los primeros transportes con maquinaria para la construcción de la mina, así que no hay tiempo que perder. Además, toda la operación se va a coordinar en Madrid, y queremos que Ahmed se reúna con Ana y Marta para planificar el trabajo de los agentes involucrados. Su vuelo sale dentro de una hora, de modo que le acompañaré al aeropuerto y le contaré los detalles por el camino. ¡Despídase de Julio y vámonos sin más tardanza!
A Ahmed le daba vueltas la cabeza. Todo parecía ir demasiado deprisa, y no estaba del todo convencido de cómo se estaban desarrollando las cosas. Su trabajo, sin embargo, era obedecer, así que estrechó la mano que ya le tendía Julio.
-Bueno, espero que todo salga según lo previsto y podamos volver a vernos dentro de pocos meses.
-Yo también lo espero- contestó lacónicamente Julio.

Dos horas después, el vuelo de Clickair sobrevolaba los Alpes en dirección a Madrid. Ahmed pensaba en el aprecio que había llegado a tomar a Julio, y en la ratonera en la que el chico se iba a encontrar si conseguía acceder al laboratorio.
Era 12 de Abril y, súbitamente, Ahmed tuvo la completa certeza de que jamás volvería a ver a Julio Suárez.