Esta novela, escrita hace unos 50 años por el escritor japonés Shusako Endo, ha sido relanzada y traducida a nuevos idiomas con ocasión de la aparición de la película de Martin Scorsese en el año 2017. Como es habitual, el libro es más intenso y extenso que la película, en la que las impresiones visuales prevalecen sobre los pensamientos y las sensaciones de los protagonistas.
Corre el año 1638. El misionero jesuíta portugués Sebastián Rodríguez llega a Macao junto con otros dos jesuítas para intentar entrar en Japon, que ha cerrado oficialmente sus fronteras y ha prohibido el cristianismo. Además de atender a los cristianos ocultos que todavía permanecen en ese país, en general campesinos humildes explotados por el régimen feudal durante el shogunato, van a intentar localizar al padre Cristóbal Ferreira, antiguo general de la orden en Japón, del que se comenta que apostató y que ha comenzado una nueva vida en Japón. Tras una difícil travesía, Rodríguez y su compañero Garpe consiguen desembarcar en una isla cercana a Nagasaki, en donde entran en contacto con algunos cristianos. Pero esta situación dura poco. Delatado por un cristiano apóstata japonés denominado Kichijiro, Rodríguez es detenido y comienza un largo proceso de interrogatorios y amenazas, en parte sutiles, por parte del gobernador de la provincia. El jesuíta es testigo del martirio de tres de los cristianos que conoció inicialmente, junto con el padre misionero Francisco Garpe. A lo largo de su encarcelamiento, su traslado a la corte del gobernador y las conversaciones con Ferreira, que acude enviado por el gobernador, Rodríguez va perdiendo su fuerza interior y resignándose a que la fe cristiana no eche raíces en Japón. En el libro se dejan abiertas algunas interrogantes, como la apostasía efectiva o solo formal de Rodríguez. Se trata de una novela dura, con dos personas muy diferentes como protagonistas, el padre Rodríguez y Kichijhiro, que trata temas como la firmeza en la fe, la debilidad ante el martirio y las dificultades de la labor misionera. El happy end que se echa de menos en una novela son los «cristianos ocultos», que soportaron un periodo de dos siglos de aislamiento y que salieron de nuevo a la luz a finales del siglo XIX.
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