Es muy probable que los lectores alemanes ya lo conozcan, pero, para mí, Tom Hillenbrand ha sido todo un descubrimiento, y El ladrón de café, una magnífica novela; intrigante, como corresponde a un autor de novela negra, pero muchas cosas más: es una novela de aventuras, es la narración de una expedición científica, es un retrato de las intrigas y relaciones de poder en la Europa de finales del S XVII, y –no podía faltar en una buena novela- una historia de amor.
La novela nos lleva por las luchas entre católicos y calvinistas, desde Inglaterra al continente; las intrigas de los grandes comerciantes por hacerse con la ruta y el monopolio del café; espionajes, conjuras palaciegas e hijos ilegítimos. Pero también nos hace un relato fiel de la República de las Letras, el conjunto de hombres –y alguna mujer- locos por el saber y las novedades mecánicas, que se carteaban sin importarles cultura, raza o religión, en un país del conocimiento que era universal, porque vivían para la filosofía y las ciencias, y su gran orgullo era conocer y poseer, si podían, desde unos relojes cada vez más exactos hasta las figuras de autómatas.
Así que la novela está habitada también por alfabetos cifrados, instrumentales de vivisección, telescopios, planos y dibujos, sin olvidar un invernadero, un prototipo de ascensor, un submarino rudimentario y el más romántico de los mensajes: una cita de amor codificada en ceros y unos que son… parterres de tulipanes. Lo que haría cualquier filósofo de la naturaleza cuando se enamora.
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Coincido con Isabel en la apreciación sobre el libro. Me ha gustado mucho, y ahora voy a leerlo también en alemán. Tiene algunos errores históricos curiosos, como cuando el inspector de policía se pone a rezar los «misterios luminosos» del Rosario, que no se introdujeron hasta finales del Siglo XX. Pero, en general, muy buena novela.