Los veleros son una de las pasiones confesadas por Pérez-Reverte, los perros otra. Aunque no es el primer libro de este autor dedicado a los perros, sí es la primera novela protagonizada por uno de ellos, Negro para más señas. El protagonista, que narra la historia en primera «persona», utilizando el lenguaje que supuestamente utilizan los canes, es un perro de pelea, cruce de mastín español y fila brasileña. Tras su época de campeón, durante la que se enfrentó y venció a un gran número de perros en una oscura nave donde, con connivencia de la autoridad, se celebraban luchas a muerte en un entorno de apuestas, alcohol, tabaco y fanatismo, Negro trabaja de perro de guardia y mantiene interesantes relaciones sociales en su barrio. Un día descubre que han desaparecido dos de sus mejores amigos, Teo y Boris el Guapo. Sus pesquisas entre las personas mejor informadas, como una cantinera porteña que administra el desagüe de una fábrica de anís, un perro policía y, con cierto riesgo por su parte, una narco mexicana, le conducen a un lugar al que no quería volver: el Desolladero, la arena de luchas de perros, en donde se reencuentra con su pasado.
Se trata de una narración ágil, ingeniosa, con el habitual dominio del idioma y sus variantes y con detalles que añaden credibilidad al punto de vista subjetivo de Negro, un luchador nato y con experiencia. Reverte aprovecha la historia para criticar como de costumbre a la sociedad humana y a sus miembros. Al mismo tiempo logra reducir el horizonte intelectual y ético de la sociedad perruna («Yo no creo en el Gran Perro») a un solo aspecto, la lealtad, de la que hace gala nuestro héroe en grandes dosis.
Los juegos de palabras, la perspectiva de los canes y la lógica animalidad de sus reflexiones hacen del libro una lectura agradable y rápida.
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