Michael O’Brien, nacido en 1947, es un escritor y pintor autodidacta. Desde su conversión al catolicismo con 21 años, ha dedicado su vida a la creación artística en clave católica, con gran éxito comercial. He leído este libro por recomendación de un amigo, que me advirtió al mismo tiempo de lo que podrían considerarse «defectos». Comencemos con lo positivo. Como dice el título, el libro recrea de algún modo los acontecimientos que nos esperan al Final de los Tiempos, recogidos de forma misteriosa en varios libros de la Biblia, sobre todo el profeta Ezequiel y el Apocalipsis de San Juan, así como en otras obras literarias, y plasmados en arte en numerosos cuadros y frescos, especialmente en la época del Renacimiento. El padre Elías es carmelita, vive recluido en un convento del monte Carmelo, junto a Haifa, y se dedica a la arqueología. Un día recibe una invitación para acudir a Roma. El Santo Padre (sin nombre en el libro, pero claramente un retrato de Juan Pablo II) le encomienda una tarea: lograr acceder a la persona del «Presidente», un líder mundial político y económico en auge, y recordarle el peligro que corre su alma si no se arrepiente de sus «pecados» y abraza de nuevo la fe. Abrumado por esta tarea, nada fácil, Elías se embarca en una aventura trepidante, que lo lleva a sus orígenes como judío en el gueto de Varsovia, a la muerte de sus padres en Auschwitz, a sus años de matrimonio y viudez, a la conversión al catolicismo y al retiro al convento. Las palabras y las ideas del Apocalipsis constituyen el verdadero hilo conductor de una novela extraña, de algún modo atractiva, en la que encontramos curiosos paralelos con el mundo en que vivimos, pero también con épocas pasadas.
Dejando aparte la intención apologética patente del autor, algo que nunca oculta, el libro está bien escrito. Podría decirse que le sobran algunas páginas. Al tratarse de una visión distópica del mundo, no puede sorprender que los personajes resulten algo extremos. Al mismo tiempo, son muy humanos, sobre todo la persona del padre Elías.
Si alguien es afín a las teorías conspiratorias, quizá sea mejor que no lea el libro, o que se lo tome como es, como ficción, en la que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. O no.
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