La nueva novela de Markus Zusak ha ido precedida de una enorme campaña de marketing. El autor mismo anunció hace varios años que estaba escribiendo una novela acerca de un joven que desea construir un puente. El juego de palabras del título —clay es tanto arcilla como la abreviatura del nombre de uno de los protagonistas, Clayton o Clay— se pone de relieve cuando el narrador afirma que el puente es realmente «de Clay», su constructor, y tiene que demostrar aún en una riada si está en condiciones de soportar la fuerza del agua.
El estilo de la novela resulta algo confuso, sobre todo al principio. Capítulos cortos, con títulos originales, van saltando hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. Algunos parecen banales, a no ser que se preste atención a las palabras y a los matices. Y es que la novela trata de matices, que ayudan a describir caracteres con una asombrosa precisión. La novela trata de la familia Dunbar, formada por los padres y cinco hijos de 10 a 18 años durante el periodo central de tiempo de la novela. Penelope o Penny, la protagonista, tiene que empezar una nueva vida en un país extranjero después de que su padre la obligara a abandonar su país en el este de Europa, sin más capital que su carácter, sus conocimientos de piano y su amor por las obras de Homero. Michael Dunbar, esposo y padre de los cinco hijos de Penelope, va evolucionando a lo largo de las páginas del libro. Es el personaje más esquivo de la obra, en todos los sentidos. Los cinco hijos —desde el mayor, Mathew, que actúa de narrador y se encarga de sustentar a la familia, hasta el pequeño Tommy, coleccionista de animales disfuncionales— crecen desde la muerte de su madre y la huida de su padre en un hogar caótico, vigilados de cerca por las autoridades escolares, sin perder nunca su sentido de pertenencia a la familia. Quizá sea este, junto a la persona de Penny, el aspecto más positivo del libro.
A pesar de las alabanzas que ha recibido esta novela (a veces tengo la impresión de que son anteriores a leerlo), me resulta un poco farragoso sin necesidad, y excesivamente emocional. Una de las escenas más importantes, la muerte de Penny, deja un sabor desagradable por su ambigüedad. Otros pasajes, en cambio, son geniales, como la celebración de la terminación del puente.
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