Los lobos del centeno, Francisco Narla

Se trata de la primera novela publicada por este joven autor, anterior a Assur y Ronín. Comparte con Assur el origen de los personajes, en una Galicia de tierra adentro, de los montes, muy alejada de las rías y el turismo. Ambientada en una época imprecisa, hacia el final del siglo XIX, sin electricidad, sin comunicaciones, y con toda la carga histórica de supersticiones, entrelazadas con la religión en una forma muy gallega, podríamos decir que muy celta.
Los protagonistas de los contos no pueden ser más típicos: el molinero viudo y reservado, el cacique del pueblo, el cura bonachón e ignorante y, naturalmente, la meiga. Más bien dos, la vieja Berta y su pupila Maruxa. En torno al relato costumbrista se va cerrando el cerco del miedo, originado por una bestia que siembra el terror y azuzado por las creencias ancestrales, a las que el pobre párroco no encuentra argumentos que oponer.
Como es habitual en Narla, las descripciones son largas, y el lenguaje preciso y florido, más que en las obras posteriores del mismo autor. La narración de las tareas diarias, como operar el molino, hacer el pan o recoger ingredientes para las pócimas mágicas, va acompañada de textos en gallego y de silencios prolongados, no menos gallegos.
La razón y las creencias son los dos polos de un discurso que, en definitiva, no acaba de decantarse por la una ni por las otras.

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