En la contraportada de la novela de David Lagercrantz “El enigma Turing”, basada en la muerte de este matemático, se plantea su vida como una novela de espionaje. Y es cierto que trabajó para la Inteligencia inglesa durante la II guerra mundial, pero la auténtica novela, tal y como la plantea Lagercrantz, son sus investigaciones matemáticas y su descubrimiento de las pautas de la inteligencia artificial, que se presentan como una investigación policíaca: paso a paso, con una inmersión cada vez mayor pero comprensible hasta para los de letras, como yo. Y emocionante, según vas entendiendo la personalidad de alguien que parece el doble de Sheldon Cooper (si no veis The Big Bang Theory, agenciaos alguna temporada), y cómo esa personalidad tan literal fue la que le empujó a sus investigaciones, más en el campo de la ingeniería que en el de las matemáticas.
Primera fase: La personalidad deTuring: Los números eran sus amigos, su religión. Soñaba con darles forma física. Wittgenstein quería demostrar que la matemática era como la lógica, un sistema cerrado, construido a base de premisas arbitrarias que no aportaban nada sobre el mundo exterior. Una contradicción al estilo de la paradoja del mentiroso puede ocasionar problemas dentro de los sistemas matemáticos, pero no tiene ninguna aplicación en la realidad, sostenía. (La paradoja del mentiroso: Si yo digo “yo miento” y es verdad, no estoy mintiendo ahora. Si yo digo “yo miento” y no es verdad, estoy mintiendo ahora, pero sólo porque el resto de ocasiones digo la verdad. Diga lo que diga, miento y digo la verdad a la vez, la proposición es cierta y falsa a la vez.)
Segunda fase: El contexto: El problema es que la proposición “yo miento” es correcta desde el punto de vista lingüístico, y, por este motivo, es un golpe mortal contra todo nuestro concepto de verdad. A partir de aquí, y sabiendo que descubrir es encontrar lo oculto, los matemáticos empezaron a darse cuenta de que no descubrían lo oculto de la naturaleza, porque esos descubrimientos estaban llenos de agujeros lógicos como la paradoja del mentiroso, y eso, a la postre, ha llevado a la visión de las matemáticas como un invento del pensamiento racional y no como el descubrimiento paulatino de las relaciones secretas en el mundo de la naturaleza. A partir de este tipo de paradojas, o la de los casos de conjuntos que son miembros de sí mismos, los matemáticos comprobaron que los contornos de las matemáticas se percibían cada vez más borrosos. Lo correcto no era correcto siempre. Lo erróneo no era erróneo siempre. ¿Dónde encontraremos la verdad y la seguridad si las matemáticas nos traicionan? Así que, a la postre, la matemática o el razonamiento lógico nunca pueden librarse de cierta medida de irracionalidad. Pero si la base de la matemática no está escrita en piedra, por así decirlo, es más emocionante investigar. Y en el período en el que Alan Turing estudiaba en Cambridge, Einstein acababa de hundir las teorías de Newton, se había descubierto la física cuántica, no se podía prever el movimiento de una partícula en el número atómico y, en general, el mundo se había vuelto menos predecible.
Tercera fase: La creación de Turing: Turing con sus computadora pretendía imitar el pensamiento. Cuando aprendió cómo millones de neuronas están conectadas entre sí, vio similitudes con una máquina: todas esas conexiones no pueden funcionar si no se apoyan en una base lógica, lo lógico se caracteriza por poder dividirse e imitarse, y por eso es calculable; y todo lo calculable es, en cierto modo, mecánico, o se puede traducir a patrones que se pueden describir. Ergo, se puede imitar la inteligencia y los procesos mentales con aparatos mecánicos.
Interesante, ¿no?
P.D. Lagercrantz es también el autor de la cuarta novela de la saga Millenium «Lo que no te mata te hace más fuerte». Intrigante, emocionante, trepidante, todos los «antes» de una buena novela policíaca. También me gustó mucho.
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donde he escrito «el movimiento de una partícula en el número atómico», quería decir «el movimiento de una partícula en el núcleo atómico». Perdón, se me ha ido el dedo (no la pinza).