El enigma de la habitación 622, Joel Dicker


Basta con echar una ojeada a los diversos foros, plataformas y revistas para apreciar el gigantesco aparato publicitario que ha precedido y que acompaña a esta novela, la cuarta del autor si no se tienen en cuenta publicaciones menores, como El tigre. Un aparato publicitario con lanzamiento simultáneo en muchos idiomas, reseñas y, también hay que decirlo, el libro mismo es un homenaje del autor a sí mismo y a su editor Bernard de Fallois. La pregunta que cabe plantearse, es si este bombo está justificado y estamos realmente ante una novela que marca época, capaz de entusiasmar a los lectores.
Breve resumen: el escritor, protagonista discreto de la novela, acude al Palace de Verbier, un hotel de lujo en los Alpes suizos, para recuperarse de diversos cataclismos personales. Ahí descubre que la habitación 622 del hotel no existe, y la situada entre la 621 y la 623 lleva el número 622bis. Alentado por una inglesa, vecina de habitación, decide comenzar a investigar los hechos que dieron lugar a esta curiosa situación. En concreto, un asesinato en la habitación 622 en una noche de invierno unos cuantos años atrás. A partir de ahí comienza el «juego literario» característico de Dicker: un entresijo de narraciones incompletas, recuerdos, avances y retrocesos en el tiempo que entrelazan tramas y dirigen la atención del lector hacia pistas confusas e incluso engañosas. Van apareciendo continuamente nuevos retazos que, en vez de componer una imagen armoniosa, generan más bien el puzzle de una pintura desconstructivista, en el que es difícil conservar la orientación. Al final, al lector le importa cada vez menos quién haya sido el asesino.
Los diálogos son en parte infantiles, a mi modo de ver inadecuados a los temas que se tratan. La traducción no contribuye tampoco excesivamente a disfrutar de la lectura. Parece que han sido dos o más personas diferentes las que han traducido esta obra, sin que se haya unificado el estilo al final.
En definitiva, es positivo que es una obra «para todos los públicos» y que, por larga que sea, al final se acaba sin grandes contratiempos.
Creo que me lo pensaré bien antes de leer otra obra de Dicker.

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