El nombre del viento, Patrick Rothfuss

Hace falta mucho valor y mucha imaginación para escribir una obra tan ambiciosa como El nombre del viento, el primer tomo de una trilogía. En el prólogo, Rothfuss no oculta parte de su inspiración: la Tierra Media, Narnia, Pern (este último lugar, menos conocido en Europa, es el escenario de las obras de los McCaffrey). Habría que añadir seguramente Hogward, si bien esta obra trasciende la trama limitada y un poco infantil de la saga de Harry Potter. La receta es conocida: un mundo ficticio con hombres, otros seres y demonios, un nivel tecnológico y científico equivalente a la Edad Media tardía, magia y conocimientos secretos, héroes y antihéroes. El tono es menos épico que en Tolkien, y carece del tono moralista de los relatos de Narnia. Desde ese punto de vista es más «moderno» y quizá por eso menos trascendente. Se lee con gusto, pero no deja el regusto del Señor de los Anillos o del país situado más allá del armario de ropa.

La novela comienza en una posada con el encuentro de un tranquillo posadero, que resulta ser un héroe y protagonista de infinitas leyendas llamado Kvothe, con Cronista, un extraño personaje que quiere reconstruir la historia real del aventurero, y Bast, el escudero o aprendiz de Kvothe, que pertenece a una misteriosa raza de seres que aparece sólo tangencialmente en el primer libro. Kvothe, o Kote, como se hace llamar en su exilio voluntario, accede a relatar su vida en una retrospectiva que llena el tomo, y en la que sólo se intercalan pequeños episodios protagonizados por seres malignos que van en busca de Kvothe.

La traducción al español se lee con gusto y agilidad. Se queda uno con ganas de que aparezca el segundo tomo.

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