Ojos que no ven, José Antonio González Sainz


El autor de este relato, soriano afincado últimamente en Trieste, tiene un estilo poético, alternando entre las descripciones detalladas y las omisiones queridas, que el lector completa y se vincula así con la narración. La trama es muy española y muy de los últimos 80 años. Felipe Díaz, tercero de una generación con el mismo nombre, campesinos de algún lugar castellano, se ve obligado a dejar su pequeña industria y a emigrar al país vasco. Una vez allí, ve cómo su mujer y su hijo mayor se radicalizan en contacto con grupos que los llevan, a una a la militancia política, a otro a la lucha armada, y a ambos a un desprecio irracional de lo que ven en Felipe: el opresor, el cipayo, el enemigo a quien hay que destruir. Felipe tarda en darse cuenta realmente de ese desarrollo, y entonces ya es demasiado tarde. Después de varios incidentes tiene que irse, y vuelve al terreno de sus padres, en donde conoce cada árbol y cada ave.
El tono trágico de la novela se ve acentuado por los lances narrativos, que van preparando un final con un cierto suspense.
Una nueva piedra de mosaico de la realidad que ha vivido España, y en parte sigue viviendo, y que el protagonista resume en no querer llamar a las cosas por su nombre. Buena, triste novela

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