Una de romanos. Varios

Hace mucho tiempo que está de moda la novela histórica: Que recuerde, no ha perdido seguidores al menos desde que Marguerite Yourcenar publicó las Memorias de Adriano. Y ahora ha llegado Santiago Posteguillo con su trilogía de Escipión y su novela de Trajano (que espero se convierta también en trilogía a su tiempo). Entremedias hemos tenido Yo, Claudio, Juliano el Apóstata, las aventuras de Marco Didio Falco y alguna otra obra maestra que sin duda ha habido y se me olvida. Y esto nos da, además, todas las posibles maneras de ver la historia, o casi todas. Y a eso voy, a contar las diferentes opciones de cada autor, según yo lo veo.

La historia de Roma, en esta serie de novelas, debe comenzarse por Yo, Claudio. En esta saga, el autor escoge el punto de vista de la visión desde el poder para explicar la historia. Es un punto de vista político, que nos cuenta sólo muy de refilón algo de la sociedad de la época o de la vida en el imperio, incluso en Roma: sólo conocemos la vida en Palacio. Sin embargo, se entiende el poder de Roma y cómo consiguió llegar a tenerlo.

Después de los Claudios, llega Marco Didio Falco, personaje de ficción creado por Lindsay Davis, que es protagonista de lo que se ha dado en llamar «historia total»: Cuando los historiadores han tenido suficiente información procedente de la investigación en archivos, monografías y estudios locales, se han lanzado a la tarea de contar «La vida cotidiana en…», que es lo que hacen las novelas de Falco, bajo la apariencia de un informador (detective) en la Roma de Vespasiano. Y estas novelas sí cuentan la vida cotidiana: desde la especulación inmobiliaria hasta la corrupción política o las conjuras contra el emperador, la vida de los esclavos en las minas de plata de Britania, el contrabando de arte, el mundo del espionaje, sin ninguna explicación ni concesión didáctica: desde que comienza una novela te vas empapando de lo que desayunan los romanos de la época, lo que visten, cómo son sus vehículos, sus viviendas, como si estuvieras viviendo entre ellos, sin introducciones: has caído allí desde una máquina del tiempo.

El orden cronológico nos lleva al Trajano (Los Asesinos del emperador), de Santiago Posteguillo. Es un Trajano que cuenta más de historia política general que de historia política de la familia en el poder; es decir, nos encontramos ante otra interpretación de la Historia: en este caso, también «caemos» en la época sin demasiadas concesiones a la ignorancia del lector, si bien hay alguna ayuda: en dos ocasiones, Posteguillo utiliza el diálogo padre/hijo en un caso(los Trajano) y tío/sobrino en otro (los Plinio) para dar claves sobre alguna etapa especialmente «dura» de comprender. Pero ahí termina la cosa, si bien la narración en general es más generosa en pormenorizar situaciones que en el caso de las novelas inglesas anteriores.

El siguiente ejemplo es Adriano, heredero de Trajano: en este caso no hay interpretación histórica alguna, sino que la autora ha escogido un personaje interesante para ella por su pensamiento y su filosofía vital, y se ha inmerso en su época para comprenderlo. Pero no le interesa ubicarlo más allá de lo imprescindible para que sea comprendido en toda su complejidad. Así, Adriano es un personaje universal que tanto podría ser romano como judío o persa, y ser contemporáneo de Homero o de San Juan de la Cruz, en lo que respecta a Marguerite Yourcenar: no le importa nada, o sólo le importa en la medida en que la sociedad en la que vivió le deja desarrollar su pensamiento y expresarlo.

Y llegamos al último, Juliano el Apóstata. Gore Vidal ha planteado un punto de vista muy enriquecedor, el del disidente. Se ve al personaje desde el otro lado, y eso hace pensar , porque plantea nuevas interpretaciones: Juliano es el emperador que pretende volver atrás en el culto al cristianismo y restaurar los antiguos dioses romanos. Visto desde el punto de vista de Juliano, la visión del cristianismo es, desde luego, distinta, y literariamente no se había explorado cuando tenía muchas posibilidades. El politeísmo es, desde luego, más susceptible de crear historias novelescas que el monoteísmo (como demuestran todas las historias de los dioses del Olimpo, por ejemplo).

Y con este último emperador termino mi saga de Roma: Tantas visiones de la historia como historiadores, tantas visiones de la realidad como buenos novelistas, y ninguno desmerece de los otros. Que disfrutéis de todos.

Acerca de Isabel

lectora de novelas, preferiblemente con argumento, aunque después de muchos años me empiezan a gustar simplemente las bien escritas. Mayorcita, me ceden el asiento en el metro cuando no me tiño el pelo, y mi hija dice que soy friki. Yo me siento joven, lo que debe de ser típico de mi edad. Y como esto no es una novela, adiós, que me enrollo.
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