Álvaro Pombo es, sin duda, uno de los grandes nombres de la literatura contemporánea en nuestro país. Algunas de sus obras han marcado época. Acaba de recibir el Premio Cervantes, en el que el jurado justifica su elección con la frase «por su extraordinaria personalidad creadora, su lírica singular y su original narración. A su notabilísimo nivel como poeta y ensayista, se une el ser uno de los grandes novelistas de nuestra lengua que indaga en la condición humana desde las perspectivas afectivas de unos sentimientos profundos y contradictorios».
Ahí se dice mucho, y con toda razón, me parece a mí. Entre otros temas, Pombo ha explorado siempre la dimensión religiosa del hombre. También ha incluido en sus obras una visión particular de la homosexualidad y su aceptación.
El exclaustrado es una novela muy peculiar, que vive sobre todo de las elucubraciones del protagonista, Juan Cabrera, un ex-benedictino que se ha autorrecluido desde su exclaustración en un piso del barrio de Argüelles, en teoría para leer y escribir. La monotonía en la vida de Cabrera se ve alterada por la visita de su sobrino Jaime, que se interesa por la vida de la «rara avis» que es el exfraile en su familia. De aquí se deriva una implicación en la relación de su sobrino con Petri, una chica que ha huido de la casa de su marido, profesor a su vez de Jaime, y que tiene una antigua cuenta pendiente con Cabrera, con quien coincidió en el noviciado del norte en donde el ahora exclaustrado ejercía de maestro de novicios.
La trama en sí tiene cierto interés, pero mucho más las ideas de Juan Cabrera, que sigue siendo creyente pero está muy influido de los escritos de juventud de Jean Paul Sartre. En qué medida estas reflexiones recogen el discurso propio del autor, es difícil de averiguar.
La novela alterna la densidad de los pensamientos del exmonje con una ligera trama, que se vuelve dramática en las últimas páginas.
Lo que opinan los demás:
«Es un talento de los más extravagantes, audaces y lúcidos de la actual narrativa» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).
«Un escritor hecho y derecho y –lo que es más raro todavía– diferente de cualquiera, absolutamente original» (Carmen Martín Gaite).
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