Desde la aparición de su primera novela, Joel Dicker se ha convertido en un fenómeno editorial, con cifras enormes de ventas y una, digámoslo así, sospechosa coincidencia en las alabanzas de la crítica y de muchos lectores. Una vez al año aparece una nueva novela suya, lanzada con gran aparato publicitario y acompañada de reseñas en todos los canales. Basta con escribir el título y el nombre de esta novela en google para encontrar un sinnúmero de reseñas, incluyendo cada vez más presentaciones habladas, un género que adquiere cada vez más aceptación.
Podría decirse que no es para menos. No cabe duda que Joel Dicker escribe muy bien, fiel al lema de Patricia Highsmith que recoje Karina Sainz Borgo en ABC: Si vas a escribir, no aburras. Esta consigna la cumple Joel Dicker en todas sus obras. Aquí podrían utilizarse los adjetivos habituales: trepidante, vertiginoso, atrapa al lector etc. Todo esto lo domina Dicker como pocos escritores contemporáneos.
El comienzo de la trama es la presentación de los hechos, entre ellos la narración del comienzo de un atraco a una joyería en Ginebra. A partir de ahí conocemos a los principales personajes: el matrimonio Braun, Arpad y Sophie, que vive con sus dos hijos en una casa de ensueño dentro del bosque, y el matrimonio Liegean, él policía de intervenciones especiales, ella empleada en una tienda, también con dos hijos, que vive en una urbanización de bajo coste en un entorno de alto nivel cerca de Ginebra. La novela envía al lector al pasado para que pueda comprender el entorno del atraco, y va añadiendo otros personajes secundarios, como una policía criminal y el misterioso conductor de un Peugeot gris.
No voy a decir más, pues el libro realmente capta la atención desde la primera página, a pesar de los flashbacks continuos, que van saltando en el tiempo y exigen gran atención.
Lo único que echaría en cara al autor es un factor habitual en muchas de sus novelas: en la narración incluye elementos que despistan al lector, por muy atento que sea, y dirigen su composición de los hechos en una dirección determinada, que al final de la obra se revela como errónea. Este recurso literario, legítimo por otra parte, aparece ya en La verdad sobre el caso Harry Quebert, se repite en otras novelas y se lleva al extremo en La desaparición de Stephanie Mailer. Esta intriga construida puede llevar a algunos lectores a sentirse defraudados. De todos modos, el resto de los elementos de la novela son impecables.
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