Landero vuelve a su tema preferido: el de un hombre inmaduro en edad madura. Esta vez no seguimos las andanzas y fantasías de un soñador irredimido, sino que asistimos a un monólogo en una clínica. El protagonista, que afronta la muerte, relata a su compañero de habitación lo que ha sido su vida, las enseñanzas que él ha ido extrayendo y sus sueños incumplidos.
Una cierta ironía, situaciones patéticas a lo Bryce Echenique y un lenguaje a veces florido salvan esta novela, en la que el autor se gusta demasiado a sí mismo.