Ales junto a la hoguera, Jon Fosse


A diferencia de otros premios Nobel, que suelen caer de nuevo en el olvido tras la sorpresa de la elección, la difusión nerviosa de las ediciones y traducciones existentes, la aparición de Fosse en los escaparates y en los escenarios de todo el mundo ha provocado una oleada de publicaciones en todo el mundo. Ya son más de 40 los idiomas, y esto no tiene trazas de acabar. Cabría preguntarse a qué se debe ello, pues la prosa lírica y original del noruego y los temas que elige no responden especialmente al estilo comercial, visual y trepidante de la celebrada novela negra, con sus brigadas, inspectores y asesinos.
Yo suelo leer o escuchar a Fosse fuera de mi entorno inmediato: no busco el sillón más cómodo con el gato en el regazo (sobre todo, porque no tengo gato), sino parques, bosques, ríos con sol y viento. Los audiolibros publicados, muy bien leídos, imprimen al texto el ritmo adecuado para, sin quedarse en las palabras, conservar su embrujo durante la lectura.
Ales junto a la hoguera es un ejemplo muy característico del estilo de Fosse. Un fiordo noruego cerca de Bergen, una casa antigua con chimenea, un camino que baja al pequeño muelle, un sencillo barco de pescador y varias generaciones de una familia, en la que han sucedido varias tragedias relacionadas con el mar y las barcas. Ales, Signe, Olav, Kristoffer y otros aparecen y desaparecen, se observan y observan a otros, se preguntan continuamente qué día es hoy, y mezclan constataciones con preguntas y deseos en una narración sin puntos. Esta ausencia de puntuación tiene una función diferente de la que encontramos, por ejemplo, en Los santos inocentes de Delibes, en donde este recurso tipográfico acelera y da cohesión a la narración. En esta obra de Fosse, la exposición fluida de frases convierte la lectura en una experiencia a veces onírica, a veces trágicamente real. La muerte subyace en todas las escenas, trasluciéndose en las descripciones improbables, como una hoguera en medio del fiordo o uno de los protagonistas viéndose a sí mismo a través de la ventana.
No hay que esperar aquí escenas de acción, ni descripciones detalladas. La Casa Vieja, el Camino Chico, el Cobertizo y el Fiordo son símbolos de la vida y la muerte de unos personajes que no dejan nunca de existir mientras haya otros —y un Dios no especificado— que los recuerden y se sigan ocupando de ellos. La segunda vez que se lee el libro, algo que recomiendo vivamente, se aprecia mejor la intención del autor, pues se difumina la sorpresa inicial que causa siempre la narrativa no convencional y permite al lector penetrar en los paisajes, los entornos y la interioridad de los personajes.
Muy recomendable, también para desprenderse de vez en cuando de un estilo literario ávido e implacable, que amenaza con devorar a sus lectores.

La opinión de los demás:

«La obra de Fosse es un enigma que da vida y esperanza a quien la lee. Ilumina el alma humana como solo lo hacen los elegidos». Manuel Vilas
«Hay una parte del talento de Fosse que consiste en tejer una narrativa tan convincente a partir de algo en gran medida estático. En la rítmica y serpenteante prosa de Fosse hay algo discretamente dramático y que resulta extrañamente fascinante. Una experiencia lectora de gran intensidad». Lucy Popescu, Independent

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