Aquel domingo, Jorge Semprún


          Esta novela -que no es una novela- de Jorge Semprún no es para todo el mundo. Porque no es que sea complicada, eso podría interesarle a cualquiera, sino que es personal, entendiendo como personal su actitud al escribirla, que es escribir para sí mismo, más que para que le lean.
          También es difícil, porque, si no sabes nada de algunos temas «políticos» (el estalinismo, los campos de concentración nazis, la resistencia en la Segunda Guerra Mundial,  la clandestinidad en el franquismo), resulta duro leer algunas páginas: Semprún no se molesta en ser didáctico y explicar demasiado, sino que va directamente a las vivencias, la filosofía, las traiciones o, simplemente, la realidad contada sin adornos.
          Pero si aún así os lanzáis a la piscina, cuando cojáis el libro sentaos cómodos, buscad un lugar silencioso y no tengáis prisa, porque cualquier distracción os hará prácticamente imposible enteraros de lo que estáis leyendo; al menos eso me ha ocurrido a mí.
Porque el libro combina las reflexiones personales -yo las llamaría sentimientos metafísicos, si eso existe- con la vida en Buchenwald, con la sensación permanente de irrealidad y no-ser que provoca tener vidas ficticias y nombres ficticios en la clandestinidad del franquismo, con la historia del estalinismo y los gulags -narrada a través de anécdotas y experiencias personales-, con una sensación de, yo diría nostalgia, de la juventud, que es la única etapa de la vida del autor que le parece real.
          Pero no es un libro triste ni oscuro, porque lo cruzan ráfagas de elementos poéticos, de paz, escenificados en la nieve, el sol, los domingos de invierno, los paisajes… Y eso, tal y como está estructurado el libro, es un hilo conductor que da mucha paz al lector y le ayuda a seguir leyendo una historia terrible, pero que ha sido la historia de Europa, contada por alguien que vivió lo que cuenta.

Acerca de Isabel

lectora de novelas, preferiblemente con argumento, aunque después de muchos años me empiezan a gustar simplemente las bien escritas. Mayorcita, me ceden el asiento en el metro cuando no me tiño el pelo, y mi hija dice que soy friki. Yo me siento joven, lo que debe de ser típico de mi edad. Y como esto no es una novela, adiós, que me enrollo.
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